octubre 30, 2010

Mercado Revolución




Están estos artistas actuando en el mercado Revolución de la ciudad de Córdoba, Veracruz, metidos, acomodados, instalados, mimetizados, guarecidos en el angosto pasadillo. Me acerqué lentamente, primero sin que se dieran cuenta; cuando estuve lo suficientemente cerca, recordé una frase que había oído en un documental sobre fotógrafos de guerra: "No es tan bueno porque no estás lo suficientemente cerca". Me acerqué mucho más... Sentí que no había problemas en hacer primeros planos con mi cámara de 4 MP. Ya era parte del acto. Y la gente caminaba y pasaba como podía para no toparse de frente con nosotros, para no interrumpir la ejecución de la música y la cámara: éramos también el mercado, con la carne colgada reclamando atenciones, las frutas ordenadas por colores, los vegetales y sus anuncios de valor, el piso destruído por donde se cuela también el agua, los comentarios reposados; éramos el camino pintoresco que se busca desde todas las tierras lejanas del mundo... Ahí, al lado...


"Aquí hay mucho de todo y todo adquiere una forma exagerada, todo pretende asombrar, aplastar, sobreponerse a uno. Como si tuviéramos mala vista, mal oído, mal olfato, y si apareciera algo en forma moderada pudiera sencillamente pasar desapercibido. Si es jungla, entonces es grandiosa como la Amazonía. Si es la tierra, es gigantesca como los Andes. Si se trata de la llanura, es infinita como la pampa. Si es el río, entonces el Amazonas es el más grande del mundo. Hay todas las razas posibles y todos los matices de piel: blancos, cobrizos, negros, amarillos, mestizos, mulatos. Hay una variedad de culturas: indígena, española, lusitana, anglosajona, francesa, hindú, italiana, africana. Todas las posibles e imposibles orientaciones y partidos políticos. La riqueza sobra y la miseria también. Los gestos son patéticos y el idioma es florido, abundante de adjetivos. Bazares, mercados, puestos, vitrinas llenas y abrumadas de frutas, verduras, flores, telas, trastos, herramientas, y todo este conjunto continuamente se multiplica, surge desde abajo de la tierra, de las piedras; se multiplica en el mostrador, en las manos, en cien colores llamativos, en el contraste, en el choque, en la explosión. Uno no puede cruzar este mundo con la cabeza tranquila y con el corazón indiferente. Lo atravesamos con pena, desamparados y con la sensación de habernos perdido, con la misma sensación que nos acompaña al ver los murales de Diego Rivera y al leer la prosa de Lezama Lima. La realidad está aquí mezclada con la fantasía, la verdad con el mito, el realismo con la retórica."
Fragmento de "Las botas" de Ryszard Kapucinski, Dirección General Editorial Universidad Veracruzana; Traducción de Gustaw Kolinski y Mario Muñoz; Serie Conmemorativa Sergio Galindo.


octubre 08, 2010

Sí vi a Vargas Llosa



En Arequipa en 1990
Sí vi a Vargas Llosa*

La gente en México me abraza porque Mario Vargas Llosa es mi paisano. No sólo es peruano sino que ambos nacimos en la misma ciudad: Arequipa. Y todos mis amigos mexicanos saben de ella, porque siempre les he recalcado este asunto: y hasta no ha faltado alguna reunión en la que les he cantado el himno de Arequipa, completo. Me preguntan ¿y conoces a Mario Vargas Llosa? Hago una cara de compunción y digo que no, aunque de inmediato caigo en la cuenta: sí, sí lo vi alguna vez. Era muy niño, por eso lo había casi olvidado. Era el año de 1990 (el año en que, por cierto, Octavio Paz también ganó el Premio Nobel de Literatura) y él era candidato a la presidencia de Perú. Llegó en campaña cerca a donde yo vivía, en Arequipa. Es la imagen borrosa de un Vargas Llosa levantando las manos, porque yo estaba a una buena distancia y era un menor de nueve años. Y además porque no me interesaba tanto el asunto. No lo conocía todavía, no había leído en esa época ningún libro de él.

Luego de ese incidente -no recuerdo cuánto después- fui castigado por mis padres y enviado en las vacaciones escolares para pasar una temporada con mi abuelo, lejos de mis amigos. Para no aburrirme, y no pasarla tan mal, me llevé el único libro que tenía de él: La ciudad y los perros. Y fue la entrada a su mundo. Luego leería otros libros de él que me gustaron más, como La tía Julia y el escribidor.

Recientemente viajé a Perú, para reencontrarme con mi familia y mis amigos. Uno de los primeros encuentros que tuve allí fue con mi amigo Hanz Contreras. En una conversación que duró horas él me platicó que estaba leyendo un libro de MVLL: "El viaje a la ficción: El mundo de Juan Carlos Onetti". Me quedé fascinado por la historia de El hablador y que MVLL narra en ese libro, así que lo busqué, compré y de inmediato devoré.

Desde México sólo me puedo imaginar el orgullo y algunos festejos que deben estar realizando en mi tierra, Arequipa, y, claro, en todo Perú y también en Latinoamérica, en general. Porque no se trata de ser nacionalista, finalmente Mario Vargas Llosa es del mundo, digamos del mundo de las letras, a las que ha dedicado toda una vida, de una manera rigurosa. El año pasado escribió una crítica a un libro en el que menciona lo siguiente: "Comencé a leer novelas a los 10 años y ahora tengo 73. En todo ese tiempo debo haber leído centenares, acaso millares de novelas, releído un buen número de ellas y algunas, además, las he estudiado y enseñado..." Ése es él: un lector disciplinado. Un buen lector que felizmente también escribe. Un premio merecido. Un orgullo para -no puedo evitar decirlo- otro arequipeño que ahora lo lee desde México.

*Columna publicada en El Mundo de Córdoba el día de hoy viernes 08 de octubre de 2010
Fredy Fernando Ruiz Condori

octubre 03, 2010

Corazón que crece en la tierra


Esmeralda Morales Trujillo es la autora de "El nacimiento del escudo nacional": un texto leyenda que narra cómo es que nació una de las imágenes más nacionales y patrióticas de lo mexicano: la del águila que está devorando a la serpiente sobre el nopal. Esmeralda dispone en su texto de los siguientes elementos: el hombre, la naturaleza y la lucha entre el bien y el mal.

Nos habla de una familia, en la que una niña es obligada por una malvada bruja a conseguirle un pájaro extrañísimo, tan raro, que ya solo queda uno de su especie. Uno solo en el mundo, y con el que se consigue la vida eterna. La niña a su regreso no trae el ave. ¿Fracasa? Esto enfurece a la hechicera y toma terribles represalias contra la pequeña y su familia. Así inicia su historia. En solo este punto se advierte algo: la autora nunca dice si es que la menor de esa familia, la condenada, falla en su encomienda o no: es decir ella se va y desaparece por meses, dos años para ser exactos. Quizás no regresaba porque el pájaro ayudaría a cumplir sus fines a un personaje que la autora define como terrible y poderoso. Lograr el objetivo es darle más poder, uno ilimitado, al que ya tiene poder. La niña posiblemente cumple un papel heroico: quizás se encontró con el ave, frente a frente, pero renunció a llevarlo a la hechicera, aceptando incluso su propia muerte: la que le había sido prometida si es que no cumplía. Es de resaltar esta omisión porque en ella se advierte lo siguiente: al dejarle al lector (o oyente del relato) esta incógnita, permite que se realice la cuestión, la pregunta de qué fue lo que ocurrió: es la activación de los chicotes de la imaginación que buscan tener controlado los acantilados de lo que no se logra capturar con una explicación determinante: ¿detrás de la puerta, la sombra?, ¿encima de la lluvia, la nube?, ¿debajo de la planta, solo la tierra?

Pero todo esto es un detalle mínimo con el que quiero explicar el porqué de la calidad del relato de Esmeralda. Más todavía: si en él se intenta dimensionar un símbolo mexicano: la esencia histórica de un país. En su texto, que inicia con la historia de esta familia, y la hija condenada, luego entrarán personajes como los mexicas y los aztecas, sus dioses: en ellos sus deseos, designios y promesas. El final es la confluencia de esa imagen a la que cada mexicano le canta: pero ahora con el antecedente de los hechos simples y gloriosos que nacieron de la imaginación de Esmeralda, una niña de 12 años, y que te dicen de dónde vino el águila, cómo creció el nopal y hasta cuáles fueron las intenciones de esa serpiente antes de sucumbir ante el ave.

El relato funciona, si bien se le pueden señalar mínimos aspectos perfectibles. No se diga que a ello se debe que Esmeralda apenas sea una joven, o que no tenga recursos económicos para estudiar más, lo que ella quisiera: con el sueldo de una familia campesina en una comunidad del municipio de Fortín de las Flores, Veracruz: Palo Alto. Pero uno siempre se pregunta: qué podría hacer una niña como ella, con su talento, con una biblioteca copiosa, con una computadora moderna, con el tiempo suficiente para dedicarse a lo suyo. No se sabe.

Esmeralda quiere ser escritora. Recientemente viajó a la capital mexicana, premiada por este relato con el primer lugar nacional en el concurso "Bicentenario y Centenario de Expresión Literaria sobre los Símbolos Patrios 2010". Allí junto a otro grupo de niños de todo el país fue recibida por el presidente Felipe Calderón Hinojosa. Se entiende.

No sé, me gustaría saberlo, si quienes tomaron la decisión de elegir su relato advirtieron que en el detalle del inicio de la historia sobre la muerte de la niña se encuentra un valor interesante: el de la no concesión al poder que quiere corromper. Suponiendo que encontró el pájaro tan raro, que le vio a los ojos, y que lo más conveniente para salvarse a ella y a su familia, era llevarlo a manos de la bruja, la niña toma la decisión de no hacerlo. Claro: No se olvide que Esmeralda, la narradora, dice que esa hechicera era "muy poderosa" y "terrible": ¡cómo darle vida eterna y más poder a un personaje así! No.

El corazón de la niña muerta, al no cumplir los deseos del enfermo ser que corrompe, es llevado al desierto más lejano para ser enterrado; allí, en ese lugar, mucho tiempo después, se nos revela, crecería un nopal muy hermoso. Luego nos enteraremos que sobre ese mismo nopal, alimentado por la sangre de la niña, se posará el águila. Sólo que este detalle no se ve: la voluntad que no acepta el mal y que se opone a él hasta sus últimas consecuencias: el corazón que crece en la tierra.

Aquí el relato completo en la voz de la autora: Esmeralda Morales Trujillo:






Crédito de la foto: Ramón Hernández (El Mundo de Córdoba)

septiembre 30, 2010

Hormiga embustera



Voy a casa de mamá unos días y no dejo de abrazarla. Ella dice que estoy demasiado flaco. Me mira a los ojos: les ve un tono amarillo, sospecha que tengo anemia. Estoy tirado en el mueble de la sala. Quiere llevarme al médico porque sabe que por mi propia cuenta no lo haría. Me rehuso tajantemente. Le digo que no me siento mal, pero que pronto yo me encargaré de ir al médico por mi propia cuenta, si es que eso le preocupa. Y ya. Mamá persiste en convencerme con reclamos. No le digo nada. Le abrazo y le doy besos en las orejas.

Cuando he regresado a mi casa, siento un leve abatimiento. Una soledad arrinconada. Pero intento algo nuevo. Quiero revolucionar la convivencia conmigo mismo. Voy a cocinar. Mamá me ha enseñado unas cuantas recetas, que combinadas con mis conocimientos anteriores da una variedad modesta, pero atractiva, de platos: atún saltado con arroz, rocoto relleno con arroz, hamburguesas acompañadas de tomate y arroz, fideos preparados en mantequilla con jamón y queso y arroz, entre otros.

La cocina exige otras atenciones: hay que lavar constantemente trastes. Cada vez que comes, hay que lavarlos, no se puede evitar, al principio resulta incómodo, pero te vas acostumbrando y todo se reduce a mojarte las manos, lavavajillas -que ahora viene en frasco y con aplicador fácil- y el secado. Lo acepto.

Voy a preparar mi especialidad esta noche: atún saltado. Veo a mi alrededor con las manos mojadas: no tengo papel toalla, lo he olvidado en las compras del supermercado y me es tremendamente necesario: no solo seca mis manos a cada instante, también limpia, envuelve, saca la grasa en exceso... y ahora recogería hormigas muertas. Les odio en mi cocina y desde hace 13 días ellas huyen y yo las aplasto, les inundo con cloro sus trompas, les rocío desinfectante, las revuelco con mis dedos hasta dejarlas en diminutos guiñapos.

Pero son muy brutas. No entienden. Ni siquiera la exposición intencional de sus muertos les advierte e insisten en regresar: quieren comer. Pero eso no lo puedo asimilar, no puedo compartir la mesa con ellas, porque me producen un refunfuñante asco. Bien veo que me temen: la cercanía de mi feroz rostro enardecido por su marcha sistemática de ir y venir les hace huir despavoridamente buscando juntas, recovecos microscópicos en las rejillas de la cocina de gas y entre la mayólica y el aluminio. Una solitaria está perdida, porque todo mi poder se concentra en ella: y soy implacable: si presionarla hasta hacerla masita negra no funciona, saco el arsenal líquido. Si andan juntas tienen mayores opciones: se dispersan en todas direcciones, siempre alguna podría huir de mis acometidas asesinas. Luego aparecerá.

Tenía que ocurrir. Me corto un dedo con el cuchillo. Sangra y le echo agua. No hay papel toalla. Una hormiga. Como no tengo con qué secarme, dejo que el agua siga corriendo por la herida. Empieza a dolerme. Tengo a la vista a la hormiga. Estoy herido así que llegamos a un acuerdo: ella se irá a decirle a sus compañeras que cambien el rumbo, que por aquí no conseguirán nada que les sea atractivo. La dejo en la esquina de la ventana. De todas formas dejo caer cloro detrás de ella.

El ajo y la cebolla hasta estar dorados, entonces la pimienta y en menor medida el comino. Luego el tomate y dejar que dé un hervor con el jugo que suelta el mismo. Luego las papas que ya he frito antes y finalmente el atún. Aparte el arroz. Infaltable en mi dieta. Estoy satisfecho con el resultado. Sabe bien. No he perdido mi toque. Veo el reloj. ¡Dos horas! He demorado dos horas en cocinar. Es un tanto desalentador. No hay tiempo para preparar bebidas, así que abro una caja de jugo de piña. Como mientras veo televisión.

Al regresar a la cocina veo la fila de hormigas. Salto enfurecido. ¿Quién fue? ¿Quién me ha traicionado? Nadie dice nada. Todas se parecen tanto que me es imposible identificar a la embustera.

septiembre 21, 2010

Voy a explotar: en una canción


Advertencia: Al terminar de leer el post se debe escuchar la canción

Se abre el telón y Romántico aparece colgado en el escenario. Su maestra corre y lo sujeta de las piernas a él que está aparentemente suspendido de una cuerda. "Déjame", le grita él a ella, mientras le empuja con las piernas. Cortan las cuerdas y Romántico cae al suelo: fin de la performance. Toda la escuela en silencio, sólo una persona, una joven, comprende su arte y se anima a aplaudir. Esta es una escena de la película "Voy a explotar" del director mexicano Gerardo Naranjo y producida por Diego Luna y Gael García Bernal.

La película más que una historia de amor, se me antoja una historia de huida de la realidad por parte de un par de jóvenes que rechazan la estupidez adulta. La sinopsis y las reseñas la nombran como tal: historia de amor adolescente. No, yo no la veo así.
Maru y Román -que es llamado "Romántico" por Maru- planean su desaparición. Y mientras sus padres los están buscando ellos encuentran un lugar inverosímil, un techo de casa, su propio paraíso, su playa pero sin gente que esté jodiendo, donde a ninguna mente adulta, sea de familiar, policía o de investigador, se le ha ocurrido buscar.

¿Si tuvieras un botón que de una mandara todo a la chingada, todo, que todo desapareciera, lo apretarías?, le pregunta Román a Maru. Ella duda y finalmente dice que cree que no lo haría. Yo sí, le encara Román. ¿Si me hubieras conocido antes, serías normal, no crees?, le pregunta Maru a Román en otra parte de la cinta en un diálogo que busca las explicaciones de la no adaptación con la realidad y las normas que la rigen en la sociedad que les ha tocado vivir.

La opción es el escape: hacerse su espacio, donde nadie dice qué hacer, donde se antoja dormir, comer y pasarla bien, el relajo, el webeo, la nada a colores, esa apreciación de una vida simple y complaciente, que no exige sino que incita, se impone. ¿Y todos los sueños tienen que acabar?

Porque a Maru y Román se les ocurre irse a un 15 años, porque se emborrachan allí, porque de cuando en cuando bajan al mundo adulto para agenciarse unas botellas de licor -que necesitará limón, que generará la sangre que los delatará- porque las exigencias de una construcción más cuidadosa de un mundo que dependa en lo mínimo de lo adulto, no es la opción... Al final, al último, qué pedo, no importan las consecuencias. Eso no se mide.

Reconozco algo particular, que me ha hecho pensar una y otra vez en esta película. Se trata de una canción que fue incluida: "Fotonovela" de Iván, un cantante español de los años 80. Nunca le había tomado atención a esta canción, si bien la había oído algunas veces. Pero cuando sonó en el estéreo personal de Román con doble par de audífonos -para que no jodas, Maru- me sentí subyugado por su tonada: contribuye, sin duda, ese paso de la música de volumen bajo a uno alto, porque la escuchamos, en primera instancia, de sonido ambiental; pero cuando ella se pone el audífono pasa a todo volumen, como si alguien la hubiera puesto también directo a nuestros oídos. Es la invitación perfecta para ser parte de algo sin remedio. Buen recurso cinematográfico que ayuda a meterse en el mundo íntimo de Román y Maru.

He buscado esa canción en internet. La he encontrado, y como otras obsesiones que me suelen acometer -extrañamente- no he dejado de oírla durante todo el día y todos estos días. Este hecho ha contribuido a que le ponga atención a la letra de la canción: que me parece divina: no dice mucho: un par de ideas y ya. ¡Pero qué ideas! Como mi opinión de "Voy a explotar" es tan personal, tengo que decir que lo que más me gusta de ella es esta canción. Sí: adoro esta canción y no me había dado cuenta. Se los debo, muchachos.

Por cierto: la letra de "Fotonovela" es en cierta forma la película misma. Se podría decir que un buen resumen. Lo cual hace de mi preferencia por este, quizás, mínimo detalle, el gusto por el cosmos de lo planteado finalmente por Naranjo. Por ejemplo: que tal esto que dice: "Nuestra vida como una dulce mentira. Cuentos tiernos, inventos que inventas tú".

TU PARA MÍ ERES LA ESTRELLA, UN CORAZÓN A TODO COLOR


septiembre 02, 2010

Vanesa y Lola



Lima es una capital pegada al mar con una diversidad efervescente. Una gran ciudad está llena de lugares para divertirse. Los jóvenes caminan por las calles iluminadas buscando el lugar donde quedarse a pasar la noche. La oferta los lleva de una estancia de luces, sonido y trago a otra, atrapados por la tonada favorita, la de moda, la imprescindible, la que los hace viajar, sobre el cielo de Lima, gris, donde ellos quieren ponerse a bailar. El camino sigue por un vaso con hielo, por alguien que hizo una llamada para decir que se ha movido y que la nueva ubicación no es Barranco, que ahora se encuentra en Lola Bar en Miraflores, uno de sus distritos más famosos.

Allí vamos en un taxi amarillo. No reconozco el camino. Lola es una disco gay. Me dicen si no tengo problemas en ir a un lugar así. Claro que no: vamos. Ninguna especial expectativa, en el trayecto no he hecho más que pensar en si Vanesa venía también al mismo lugar donde todos se han movido. Había hablado unos minutos con ella en la anterior disco de Barranco: me había aniquilado el acariciar de su perfume, y cómo se me iba metiendo por las narices y los ojos. Pegada a mí, para poder captar sus palabras había descubierto también una manera particular de hablar de las limeñas que me fascinaba.

Ella era bisexual. Sí había llegado a Lola, que para mi sorpresa resultó ser un lugar muy en ambiente: repleto de gente, pero gente agradable, que baila a cien, que salta, que bebe respetando al que está al costado. No parecía que hubiera campo para el grupo, pero subimos al segundo piso y nos pegamos a una baranda. Allí bailamos. Como la música estaba tan buena, no me importó sacar a bailar a una de las amigas de Vanesa, que estaba al otro extremo. Cuando mi acompañante se fue, jalé a Vanesa a bailar conmigo. Pude tocar su cintura pequeña. Era muy delgada y eso elevaba mi complacencia. Pero lo que me tenía subyugado más que su delgado cuerpo era su aroma. Mi debilidad. Una combinación letal de finezas medidas delicadamente. Toda Vanesa entraba en un solo brazo. Lola era el punto.

Vanesa me había preguntado si olvidaría su nombre. No. Tampoco se me ha quitado su perfume: del cual nunca quise enterarme, no importaba, de nada valdría saberlo, porque en nadie más le iba a quedar como a ella, que olía como esa noche de Lima, como Lola, como cuando te tomas un vaso de licor y te queda un pequeño trozo de hielo que muerdes entre los dientes y luego expiras ese último sabor, y crees que todo va bien en el mundo donde estás en ese momento parado, porque la música no deja de tin pum tin pum… : un mojito, por favor.
Imagen de Capepe-mojito

agosto 24, 2010

No consumo pastillas





Una historia en busca del sueño

No consumo pastillas. Nada de medicamentos. Tengo la idea firme de que no me sirven y que, si algún mal me acomete, soy perfectamente capaz de sobreponerme de él por mi propia cuenta. La gripe, algo común, ha empezado a retroceder: lo que podrían ser unos tres, cuatro, cinco días de malestar, se reduce a uno solo. Tengo el mal en mi cuerpo, pero me voy a la cama con la convicción de que al día siguiente estaré puesto para las actividades diarias, con la energía de siempre: para confirmar esto, suelo, en esos casos, levantarme más temprano, bañarme con agua fría y salir a la calle para que el aire me dé de lleno. Luego ya he olvidado el asunto.

Todo el tema de la venta de antibióticos sólo con receta médica me parece extraño. No me veo en la farmacia comprando antibióticos. Tengo vagamente la idea de que sirven para una infección, algún dolor, no lo sé. Y claro que los he utilizado alguna vez; pero esto ha sido porque me ocurría algo grave, como cuando he sido operado. Y esto lo supongo: no reparo con detenimiento en los medicamentos que receta el doctor. Los compro y los ingiero porque él lo dice. Si los días en que tengo que tomar la fórmula exceden en lo que aparentemente se ha completado mi restablecimiento, a mi parecer, entonces me da flojera continuar la prescripción, veo en ello una inutilidad: mi organismo ha utilizado lo suficiente para arremeter con sus propios medios en pro de la cura global. La tableta se va al tacho de la basura.

Ella tiene una cajita especial para todos los medicamentos que se mete. Los compartimentos, diminutos, son abiertos según el requerimiento por sus delgados dedos, luego cubiertos de algún anillo de colores, luego la muñeca de pulseras de diversos materiales, luego el brazo con el brazalete de plata. Una de esas pastillas le ayuda a mitigar algún tipo de ansiedad. Yo que le tengo indiferencia absoluta a este tipo de ingestiones, le digo a ella que quiero una porque deseo sentir lo que ella está sintiendo. Quiero acercarme. Compartir algo. Pero ella tiene que salir esa noche: me deja la aventura de forma solitaria. Si quieres, dice. Acepto. Envolvemos juntos la pequeña pastilla que ella ha partido a la mitad. Entera sería demasiado. Tómala antes de dormir, me instruye. Dormirás plácidamente. Solo eso: no va a ocurrir nada más. Con la promesa de un sueño provocado e intenso me voy a casa. Leo un libro, antes de acostarme. Recuerdo el papel arrugado y su contenido. Lo busco. Hay una botella de agua a la mano, así que le doy un buen sorbo. Sigo leyendo. No consigo el abatimiento que precede al sueño. No creo en la pastilla. Ella no cree en mí. Dejo el libro sobre la mesa en la página 377. Me gustan los números impares.

En la cama el sueño no acude. Hago cálculos de las actividades del día siguiente. Me aburren. Vuelvo sobre las actividades del día anterior. Me entristecen. Creo nuveas actividades que consisten, en este caso, en descender a un compartimento secreto, debajo de mi cama, repleto de billetes de distintas denominaciones y ordenados en cajas: soy libre de tomar los que quiera y luego salir a comprar como idiota. Me decepciona. Cuando era niño era de lo más divertido... El tiempo pasa. No duermo según la indicación y los efectos esperados. Me digo a mí mismo que eso no ha funcionado. Se acabó. Doy una vuelta hacia la izquierda. Pienso en ella. Me quedo profundamente dormido.

agosto 21, 2010

Estancia en la historia de una ciudad mexicana



¿Qué pensaste cuando llegaste a Córdoba?, me pregunta Karla Bonastre. Retrocedo un par de años y lo que encuentro no es la ciudad en sí, sino un grupo de personas que estaban gritando de alegría cuando llegué. Parte del protocolo de la organización internacional que me recibía (Aiesec) o ejercicio expontáneo: se siente bien llegar a un lugar y que te reciban con un cartel pintado a mano que dice "Bienvenido". La ciudad y lo que la dibuja pasó a un segundo plano.

Tiempo después me pidieron que la graficara para el diario en el que trabajo. Y aunque seguramente filtré algunas de mis impresiones personales -obvio- intenté hacer una radiografía limpia de lo que realmente es. El texto fue introducido en una cápsula del tiempo que será abierta en 25 años. Eso dijeron. La idea me pareció curiosa e imaginé que en ese tiempo futuro alguien tomaría el diario de ese 5 de febrero de 2010 y leería lo que había puesto. Qué pretencioso. Lo cierto es que me siento honrado de que hayan confiado en mí para esa labor. La "Córdoba de hoy" estará perdida dentro de un cúmulo de textos elaborados por el personal de El Mundo de Córdoba. Lo valioso es el conjunto y todos los que idearon e hicieron posible una edición digna de ser leída con atención allá en el 2035. La verdad yo hubiera preferido que abrieran esa bóveda subterránea en el 2060, algo así. Unos 50 años después. Aunque supongo que el cálculo político hizo que alguien esperara ser invitado a tal ceremonia de apertura. Y pues haciendo las cuentas: unos 25 años sí acomoda en un traje impoluto que se movilice para los honores... Palmaditas por aquí y por allá. A mí lo que congratulará es que alguien me lea -puro y fino interés del que escribe- y que se pregunte: y quién es éste: allí, en esa curiosidad de un cordobés que no espera conocerme ni ponerse a la tarea de mi búsqueda -su sola pronunciación a mi ser me satisface-, habrá de hacer que surja un pequeño cosquilleo en la oreja derecha que cargo todos los días. A la distancia sufriré una evocación.

Cuando estoy a punto de alejarme de Córdoba dejo con nostalgia los pendientes con vivos y muertos personajes estigmatizados por la cultura y la poesía. La ciudad no es grande pero escondida, quizás por el horizonte que se pierde en sus lomas y que entorpece y ciega, hay una promesa de belleza que se basa en dos circunstacias: un amor a su tierra o una cultivación personal que aprecia su entorno y de él se enriquece. En ambos casos hay una lista -apenas la estoy descubriendo- de personas extraordinarias: por su generosidad, inteligencia, cultura y -esto es lo que más me emociona- sensibilidad poética.

Quizás no les suenen un Miguel Capistrán o un don Luis Sainz. Ni tampoco se enteraron de lo que fueron una Rosita Galán o un Jorge Cuesta. Hay allí una tarea. Córdoba -y se le sale a uno lo crítico- tendría que fortalecerse en su cultura. Una fortaleza que le es propia por el momento histórico de ser cuna de la Independencia de México. Cuando un mexicano del norte, por decir algo, quiera irse al sur y ponga sus ojos en la Ciudad de los Treinta Caballeros dirá que se va al lugar donde nace México con una firma precisa. El papel es el punto. Y si ello ocurrió -así, en ese instante- no por la sangre sino por la tinta: ¿en qué espacio propicio se erige Córdoba? ¿Qué se espera de ella por la trama histórica? ¿Qué debería cubrirla y caracterizarla? ¿Fue una coincidencia? ¿Y nada más?

Poca, nula... esta palabra es más exacta: fantasma. Fantasma es la cultura hoy en Córdoba. Aquí vivo ahora y en este tiempo. Y cuando uno toma distancia -como ahora me ocurre- se le viene pensar en ella. Actividad exclusiva que sugiere en lo mínimo un inquieto interés. Un aprecio y reconocimiento. Un sentimiento más elevado tiende a emanar evidencia. Me atengo.

agosto 07, 2010

Manifiesto de presencia

Cada vez que te pienso se crea un punto en el Universo. Mis investigaciones últimas sobre él me dicen que en el plano de las ideas se pueden acumular nuevas fracciones de realidad con implicaciones desconocidas. Las conexiones -todavía inaccesibles hasta en el plano de los sueños, y me refiero a éste, porque es donde he encontrado mayores esperanzas- por su naturaleza misma ofrecerían una afectación de consecuencia. El Universo anda literalmente por todas partes. Si encuentras el vacío, podrías coger una punta, como tapete, y descubrirle un trailer de frutas. Que se desdobla, que es escurre como agua, que se mete en agujeros, que es lo mismo pero en distintas versiones. Tú te reflejas con una llameante intensidad en privilegiados espejos cósmicos. Te pronuncio y lanzo copias de ti a los acantilados inversos, a ésos que les crecen plantas que son unas estilistas en su movimiento de búsqueda del Sol. Creo que les alimentas de ánimo. Donde canta en apariencia un pájaro que nadie conoce, no incluido en las enciclopedias, y que la gente confunde también con los jugueteos del viento silbando sobre los tejados, es, lo ignoran, una recreación sonora de cómo te extraño: en distintas notas. La lluvia, qué farsa: un rey conmocionado. Si alguien cree ver objetos atípicos tripulados en el cielo, se sorprendería debajo de mis islotes de ideas conjuntas, enredadas y de la mano. Los idiotas niegan ver esta presencia, y se ufanan con grandilocuencia repetitiva en explicaciones apuradas en la ciencia de la "lógica". Una noche no es igual a la que le precede. Se parecen, es cierto, pero no acostumbro repetir la tibieza lírica de tu cuello dormido. Si me fijas, me encuentras. Si no me nombras, juego a la semana sobre un par de zapatos. Estoy perdido.
No me incomoda mi falta de ecología estelar de los espacios. Antes, y en contraparte, se diría que soy un promotor de la belleza de tu espíritu. Tendrían que sacarme las tripas, estirarlas y hacer de ellas cadenas que cuelgan de alambrados oxidados, que se decoloran, que se cae una y se cayeron todas, no, las mías no, las mías impregnadas de ti, reirían a carcajadas y le harían la fiesta a cualquiera. Siempre: y hasta con banda oficial. Aunque suene a un absolutismo irracional no me veo en otra configuración del orden que no sea ésta. Cuanto más me acerco a la idea primera, he de tener los caminos abiertos, las llaves en las puertas. Tú estás en las sombras.

Córdoba, México. Agosto de 2010.

abril 14, 2010

La suerte de un escarabajo



Un golpe de suerte

A esa hora de la mañana la alergia acudía puntual. Los papeles se acumulaban. El teléfono no dejaba de sonar con su peculiar timbre afroreaggue. Un instante de tensión. Por un momento la sala quedó vacía. No se sentó en la silla de siempre, le dio vueltas, cavilando en las respuestas, varias y todas necesarias al mismo tiempo, y le vio. Le vio porque era negro y contrastaba intensamente con el color de la mesa. Un diminuto escarabajo. También le retaba. Así lo entendió. En otras circunstancias se habría detenido a observarlo. Le habría dejado ir deseándole un futuro tranquilo sobre hojas muertas y quebradas. Pero no estaba para eso.

Le dio una vuelta más a la silla. Le vio moverse rápido de un lado para otro, como si buscara desesperadamente la sombra que cobija. Él pensó: "Si encuentro la revista de autos debajo de esta ruma de papeles, te mataré, si no, te dejaré ir". Tal había sido la fatalidad precisa. Cincuenta y cincuenta. La decisión era determinante. Imprevista también. Él no era así. Los seres humanos somos inasibles a los sistemas perfectos y perpetuos. Era ahora una prueba del destino: como hacer una bola de papel que no te sirve y acertar en el bote de la basura o como cerrar los ojos y tentar recibir su mirada de muñeca de porcelana.

¿Tendrás suerte? Movió apuradamente sus manos y buscó la revista. El insecto seguía recorriendo los terrenos de la mesa. Será el final para ti, ¿tendrás suerte?, ¿realmente la tendrás?, le repetía ya con un aire patológico. Los papeles empezaron a caer de la mesa. ¡Zaz! Cuando barrió el último grupo con ambas manos encontró la revista. La sentencia. El escarabajo se detuvo. No tienes tanta suerte, pensó con resignación, casi arrepentido, ahora, pero dispuesto a hacer valer su palabra. Cuando ni siquiera había levantado el arma ejecutora, el último impulso, el escarabajo negro voló. Voló hermosamente. Dio giros. Frente a él, como deslizándose por invisibles toboganes repletos de aire fresco. Y sacudió sus alas frente a su nariz, como si quisiera atravesarla o poseerla. Él le saludó con una extasiada sonrisa. Luego estaba tres metros arriba, fuera de su alcance.

Comprendió que no era siempre y totalmente cuestión de suerte. Hacía falta tener alas.


Foto de Ricardo Venegas, sacada de picasaweb.

marzo 25, 2010

Adicciones de canela


Algodón dulce de canela relleno de pasas en mi boca. ¿Te gusta mucho, verdad? ¿Cuándo fue la primera vez que probaste uno?, me preguntas. Estaba en la casa de Jose cuando él llegó y le dijo a su mamá: "Mamá, ya vine... ¡Me compré Roles de canela, mamá!". Ese nombre no significaba nada para mí en ese momento, aunque advertía, claramente, que se trataba de algún tipo de postre o elemento comestible. Bolsas de compra en la mesa. Y vi esa envoltura de colores naranja con los perfectos colchones de pan horneado. Pasas... tendrían que estar dentro, porque a simple vista no aparecían.

Jose abrió la bolsa y dejó a mi alcance los roles. Me serví una bebida oscura y eché mano al postre para saber en qué consistía ese sabor que antes me había sido negado. Ummmmmmmmmm. Mmmmm. Mm. Suaaaave. Comí sólo uno, pues como en todo primer encuentro, fugaz, la impresión más poderosa va trabajando a nivel inconsciente, construyendo apurados ladrillos de necesidad en el alma de los apetitos gustativos. No hablé del tema de los roles con Jose. De hecho hasta ahora no le he comentado mi adicción.

El sabor seguía esparcido en mi memoria. Me voy a comprar esos roles de canela, surgió como plan una tarde en la oficina. El detalle era que, como jamás había visto antes el producto, no sabía dónde podría adquirirlo. Si es que acaso lo venderían en un lugar especial o, peor aun, sólo en determinadas ciudades del país, como la de Jose, y no en la que yo vivo, al fin y al cabo un lugar no muy grande, no de tiendas muy grandes.

Sólo un deseo. Nada concreto. Pero la adicción siguió permeando: haciendo más imperioso su reclamo de atención. Un domingo de compras en el supermercado inicié la búsqueda. "Roles de canela" dónde. Dónde. Dónde. Cuando encontré la bolsa, luego de una no muy dificultosa travesía de pasillos, la vi tan igualita a la que había comprado Jose a su mamá, o a él mismo, da lo mismo, tan como aquella tarde del descubrimiento: de inmediato me decepcioné un poco de mí: de mi falta de cultura alimentaria, pues el producto en cuestión tenía una marca mundialmente reconocida. Bueno, un detalle. Deposité la bolsa de pan en el carrito de las compras, no sin antes darle una apretadita pecaminosa en su blandito lomo que pronto devoraría.

Intuí bien, desde el inicio, cuál sería el perfecto acompañamiento: leche chocolatada. Una caja de un litro.

Desde ese día no he parado de comprar los roles de canela: como desayuno, como antojo de media mañana, mediodía, de comida, de cena, ¡hum!, sin duda la mejor hora mientras pierdo la vida complacientemente frente al televisor viendo Los Simpson. Comer los roles tiene la particularidad de ensuciarte los dedos de una delgada capa de miel que no se ve, del dulce supongo, donde también se adhieren fajas diminutas del pan, y que obliga a chuparte los dedos una y otra vez.
Mientras estés en mi boca nada malo puede estar ocurriendo alrededor.

-¿Y te gustan los glaseados?
-No, ésos no.

marzo 19, 2010

Un lugar...



Se acumularon una a una las palabras, y como no había donde poner tantas, las envió a un lugar inmenso: donde se encontrarían todas, y ninguna se perdería en la exacta armonía con que va una detrás de otra, guiadas por su mano sigilosa de la música que amanece de noche, y que canta junto a los pájaros locos y ebrios, ebrios... y donde también saltan sobre ellas mismas, vivas, como conejitos... quizás un lugar llamado Thar.

toooooooooooooooooooooóoodas las palabras


marzo 16, 2010

Detrás de la puerta

De pronto una célula se rebeló

Detrás de la puerta de madera no se oye nada. No hay respuesta. Los golpes se han perdido en el aparente vacío que lo come todo. Rosa María no está en casa, es la primera deducción lógica. Ella llega. Lleva de la mano a una niña de siete años. Es su sobrina. A las dos les da el sol en todo el rostro y no deja surcos para las sombras. Es tan fuerte su luz. Rosa María luego empieza a hablar, contar su historia, y todo tiene un sentido: su ausencia, la niña a la mano y el esplendor solar: quien, como ella, ha superado la enfermedad que carcome el cuerpo, valora la vida de una forma especial. Si uno la visita, es más probable no encontrarla encerrada en el hogar. Vive con plenitud. Trae a su sobrina de la escuela. Se baña con agua temprano. Sale a la calle para bañarse con el aire y las personas. La vida.

"Tengo 52 años. Hace 17 me detectaron cáncer. Yo nunca me había hecho el papanicolau. Al tener relaciones con mi esposo empecé a tener síntomas de sangrado y me espanté. Fuimos a ver al doctor y él dijo que estaba mal. Cáncer de matriz. Gracias a Dios salí adelante. Me mandaron a Xalapa a hacerme radiaciones, estuve allá seis semanas".

Luego de ese tiempo regresó a casa para navidad. Tenía temperatura alta. No vio por la ventana del autobús que la trajo de vuelta más que el reflejo de su rostro desencajado. Sus hijos la recibieron atentos, le dijeron que podrían hacer algo especial. "No tengo ganas de hacer nada", les había respondido. Pero a Rosa María la visitaron más familiares. Entonces no pudo negarse a reunirse con todos ellos. Esa noche buena de diciembre se sintió mejor. "La familia te hace salir adelante. He conocido casos en los que la familia no apoya y la persona se va, fallece. Si, por ejemplo, el cáncer fue de mama, y le quitaron un seno, el marido ya no quiere estar con ella. La deja. Muchas murieron por falta de apoyo", dice ella que también recuerda lo que ocurrió con su pareja al enterarse del tumor que tenía ella dentro. Mientras el doctor daba el diagnostico con palabras comprensivas, edulcorando la tragedia, ella pensaba en su esposo, que, a su costado, y en silencio, escuchaba al especialista. A ella le entró miedo. ¿Me abandonará?, pensó.

Apenas dejaron el consultorio, dieron unos pasos cortos, él la miró y le dijo, quizás intuyendo su temor: "No va a pasar nada de eso. Porque lo que yo quiero es que tú estés bien. Lo demás no importa".

A Rosa María la suelen visitar personas que sufren la enfermedad. "Uno no sabe, como dice el dicho, el fondo de la olla, nomás la cuchara. Hay que ver los sentimientos hasta dónde están", reflexiona para referirse a algo que aprendió: cree casi firmemente que el cáncer está relacionado con los rencores y miedos que guarda el corazón. Con los odios negruzcos que pueblan el alma de resentimientos. Lo leyó en el libro Tú puedes sanar tu vida de Louise L. Hay. "Te pones a analizar tu vida y te das cuenta que a lo mejor es cierto", piensa ella, que ha aplicado esa lección. Cree también que no tiene que preocuparse por el mañana: "Vivo el hoy. Antes yo era de las que se angustiaba si al día siguiente no tengo qué comer, ahora no. Ya mañana Dios sabrá. Dios proveerá", proclama mientras la niña, su sobrina, hace bulla imaginando algún juego. Los chillidos infantiles hacen que su voz se confunda. Rosa María la regaña un poco y le dice que no grite. Pero la niña está muy concentrada en la fantasía lúdica y no hace caso. Rosa María llama a la madre de la niña, su hermana. La casa no estaba sola. Había alguien que desciende lentamente las escaleras, deteniéndose en el rellano, como pensando en la posibilidad del próximo paso. Se le ve profundamente triste. Con un abatimiento que desborda la piel y un laxitud que adormece los sentidos. Rosa María cuenta que su hermana tiene cáncer y está dando la lucha actualmente.

A Rosa María ya no le gusta el brócoli. "Al inicio de la enfermedad me recomendaron que lo consumiera bastante. Ahora no lo paso. Los mismos medicamentos hacen que dejes de comer varias cosas", apunta. Lo mismo sucede con el agua de jamaica. Su color rojo le recuerda algún medicamento de la quimioterapia. Le da asco.

Estuvo ocho años en tratamiento. Desde que detectaron el tumor como un jitomate rojo grande y abierto hasta que las células cancerígenas fueron siendo eliminadas. ¿Por qué le dio a ella la enfermedad? Por descuido, quizás, por no realizar revisiones de salud antes; porque en la familia murieron dos tías de cáncer, tal vez; por la alimentación occidental inadecuada, quién sabe. "No, eso no, mi mamá siempre fue la que nos dio verduras y todo eso que es sano". El mal no tiene un origen comprobado. Le puede dar a cualquiera. Rosa María vio en Xalapa, cuando recibía el tratamiento de radicación, a niños de un año, dos años que estaban allí por lo mismo. Algunos tenían el tumor en sus diminutas cabezas. "Se sufre mucho. Al sentir todo lo que uno puede percibir en el ambiente que genera esta enfermedad. Es realmente deprimente. Pero es necesario no dejarse vencer. Si uno se siente solo, hay que buscar personas. Tantas cosas que uno puede hacer, dibujar, pintar, todo eso ayuda. Y lo más importante es tener fe", afirma Rosa María, que le infunde esa fortaleza a su hermana. La niña juega con la pierna de la madre, mientras ella le acomoda el cabello lacio. Dice que es el 'motorcito' que la está impulsando a seguir.

marzo 09, 2010

Un bolero y un taco



"Quiero gozar esta vida teniéndote cerca de mí hasta que muera..."

Recorrió las costas de Veracruz cantando con un grupo de amigos. Hicieron dinero suficiente para ir viajando. Cuando varios o casi todo el grupo se fue muriendo, porque le entraron muy en serio al hábito de beber licores o porque se enfermaron, él quedó solo, cantando en restaurantes de noche. Llevando la guitarra con los dedos callosos y las uñas gruesísimas.

Elías Corona ha tenido el gesto de aceptar compartir la mesa de tacos conmigo. Hablamos de música, de boleros, de Toña La Negra, de "Llora guitarra", de "Ódiame"... de Leo Marín, de una de mis canciones preferidas: "Amar y vivir"... No recuerdo en qué momento de la plática salió el nombre de Luis Miguel. Dijo don Elías que ése se había hecho famoso cantando boleros... Le dije que lo iba a subir a YouTube y que lo iba a volver más famoso que a Luis Miguel. Nos reimos...

marzo 02, 2010

Vive en la calle y allí se quiere quedar

Es una persona libre. No se preocupa por bañarse ni peinarse en la mañana. No lava su ropa nunca. No se la cambia nunca. No le debe a nadie. La gente piensa que él está loco. Algunos le han puesto el sobrenombre de "Einstein", por el cabello cano, alborotado y su aspecto completamente desaliñado. Pero la gente ignora que él puede mantener una conversación inteligente. Y, a lo contrario de loco, su manera de vivir no es inadecuada, sino simplemente diferente.
¿No le importaría salir en el diario?: "No, mientras no salga yo en la parte de policiaca o en cosas negativas".
Su nombre es Cástulo Colorado Zacahuila. Tiene 77 años. Vive en la calle desde hace 30 años. Alguna vez tuvo familia. Dice que su padre era sacristán de la Iglesia. Pero un día murió por una embolia cerebral. Otro día murió su mamá. Desde que eso ocurrió empezó a vivir en la calle. Ya lleva 30 años allí. Es una extensión humana del concreto duro de la ciudad.
¿Estos días que el frío ha sido cruel, no la ha pasado mal?: "Me dieron una cobija gruesa y tengo ésta más ligera". Cuenta que varias personas se han acercado para querer ayudarlo, pero él no está acostumbrado a vivir encerrado. Para comer tiene que caminar.
¿Tiene amigos? "No". ¿Usted quiere a alguien? "No. Si entre familias, que yo leo en el periódico, hay distanciamientos, hay pleitos... yo esas cosas no quiero".
¿Alguna vez amó a alguien?: "Para hacer amistad con otra persona hay que saber que uno entra en acción con esa persona. No sabes si anda en malos pasos, o si esa persona tiene otras cosas pendientes. No sabe uno qué costumbres tiene otra persona. No, mejor uno solo".
¿Qué tipo de sueños tiene usted?: "Nosotros no soñamos nada". ¿Hay algo que quiera hacer en la vida, quizás viajar?: "No. Porque yo soy de Córdoba. No he caminado en otros lugares. Y tengo muchos conocidos aquí. Hasta para comer. Me dan de comer. Como me conocen, no desconfían de mí".
La otra mañana tuvo una caía en la calle. Dice que de pronto tuvo un mareo. Fue atendido por personal de la Cruz Roja. Cuando le curaron sus heridas en la frente, lo dejaron irse. Rumbo a la calle. Es una persona tranquila. Aunque si alguien se mete con él, tiene que defenderse. Personas agradables y generosas como Pascual Esquivel se han acercado para conocer su situación y ver en qué lo pueden ayudar.
¿Pero si le dieran comida en un lugar y lo atenderían a usted, lo cuidaran, lo aceptaría?: "Creo yo que causaría mucha molestia. Ya me acostumbré a vivir así, 30 años: Es como la canción de Javier Solis: "quiero morirme solo, sin molestar a nadie".


Todos los días leía el diario, un día salió en el diario





marzo 01, 2010

Luna que trae el viento

El viento corría por los pasillos de mi nueva casa. Y su silbido atravesando ventanas, subiéndose por los muebles y estrellándose en las paredes me despertó. Era de madrugada. Poco más de las tres de la mañana. No he dormido bien estos días, así que tenía que remediar el asunto para poder descansar con decencia como seguramente descansan los cocodrilos y los hipopótamos cuando la luna les da de lleno en sus rostros arrugados y rechonchos, respectivamente. Me levanté con el propósito de cerrar las ventanas del baño donde suponía se colaba el aire. Lo sentí caliente en mi cara y espeso por los granos de tierra. Tuve un deseo tenue de salir. Primero la sed. Caminé descalzo hasta la cocina. Abrí la refrigeradora, cogí un vaso y serví un concentrado de melocotones. Esta vez me acerqué a la ventana de la cocina. Vi la luna. Me sentí advertido: estás en comunión con el universo.

enero 01, 2010

El niño y el virus



La historia de Edgar Hernández, de seis años, puso a un pueblo de Veracruz en el ojo del mundo


El 2009 se recordará como el año en el que un pueblo de Veracruz fue el centro de la atención mundial. Nunca antes todo el planeta puso sus ojos en La Gloria, Perote (Estado de Veracruz, México). Para muchos un lugar que no existía en el mapa. Pero allí vivía Edgar Hernández Hernández, el niño conocido como el "caso cero" de un nuevo virus que atacó a la humanidad, y que causó pánico global, al punto de decretarse la pandemia mundial por la Organización Mundial de la Salud (OMS). La raza humana estaba amenazada por el AH1N1 y Edgar era el protagonista de esta historia.

La Gloria es un pueblo que tiene unos cuatro mil habitantes. Sólo las vías principales están pavimentadas, en las otras se levanta el polvo. Hay mensajes en las paredes que invitan a vacunar a los niños, a desparasitar a toda la familia. Son personas que en su mayoría se dedican a las labores del campo, y muchos de ellos han tenido que salir fuera para encontrar un trabajo con mejores salarios.

Edgar vive en una de esas calles de tierra. Es una casa sin pintar que tiene un árbol pequeño frente a ella, en medio de un jardín de piedras.

La tarde del primer día de abril, María del Carmen Hernández, madre de Edgar, lo llevó a el centro de salud IMSS Oportunidades. Ella cuenta que medio pueblo estaba enfermo de gripe, y el grupo de médicos y enfermeras corría de un lado para otro. Reportes de esos días informaban que eran unos 400 casos de enfermedades respiratorias. Para cuando Edgar entró a consulta, su mamá ya le había dado paracetamol, pues la temperatura le llegaba a 40 grados.

Edgar tenía una gripe con infección, por lo que también le recetaron amoxicilina. Ya de regreso a la casa, a eso de las siete de la noche la fiebre volvió: "Qué raro, pero si ya le di el medicamento". Lo que más le asustó fue la mirada en sus ojos pequeños, y la temperatura constante. Esa noche no pudieron dormir. Al día siguiente seguía con esos síntomas y además con tos y flujo nasal. Otra vez en la clínica, le dijeron que tendrían que esperar. Otros niños también estornudaban y tosían.

Nunca a María del Carmen le dijeron que se trataba de influenza tipo A. Pasados cinco días de estar enfermo, Edgar le dijo a ella: "Mamita, tengo mucha hambre. Hazme una sopita de las que tanto me gustan, de pollo con fideos, calabacita y zanahorias". Se comió dos platos. Ya había mejorado.

En busca de Edgar
Fue el 27 de abril cuando en casa recibieron la visita del Gobernador Fidel Herrera Beltrán: "Vengo a saber cómo está el campeón, ya es famoso en todo el mundo. Señora, no lo sabía usted, pues mire, nosotros tenemos los estudios donde dice que él tiene Influenza tipo A. No se preocupe señora, su hijo ya lo superó. Lo veo más sano que yo". Le dio una pelota, se quitó la gorra y se la puso a Edgar.

De ahí en adelante el hogar de los Hernández se convirtió en casa de periodistas. Llegaban desde todas partes del mundo y formaban colas afuera, junto al jardín de piedras, para poder entrevistar al niño y sus padres. Todos querían tener la historia del supuesto primer caso del nuevo virus. El prestigioso diario estadounidense The New York Times publicó un amplio reportaje. Edgar era famoso.

Mientras que en México se paralizaban las actividades, se hacía la lista de los muertos y los infectados, en otros naciones ocurría lo mismo. Se cerraban aeropuertos, se cancelaban las actividades públicas, se vivía en miedo. Pandemia mundial, el virus estaba en 74 países y había contagiado a más de 27 mil personas.

"¿Por qué viene tanta gente, mami?... Es que ya me cansé, ¿por qué me toman fotos y me preguntan y preguntan?". "Mi amor, es que eres un niño bonito y a ellos les da gusto venir a tomarte fotos", le había respondido la madre al pequeño, pero luego tuvo que decirle la verdad: "Te enfermaste, estuviste en cama, hubo otros niños que también se enfermaron, mi amor, no los atendieron como debía ser y se murieron". Ay, qué triste, comentó Edgar comprendiendo lo que le había sucedido. "Entonces como supuestamente tú eres el único que luchaste contra la influenza A, pues ¡eres un héroe! Todos quieren saber de ti". Los reportes oficiales no indicaron ningún muerto en La Gloria por AH1N1. En febrero y marzo se conoció el caso de dos niños muertos allí. Pero el diagnóstico fue por neumonía.

¿Realmente fue en este pueblo donde se originó el virus? Varios especialistas, entre ellos, Carlos Arias Ortíz, director del Instituto de Biotecnología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), señalaron que no existían bases científicas para asegurar que así fuera. Pero ya ello era parte del anecdotario, porque al niño Edgar, que ya cumplió seis años el 13 de julio, le hicieron hasta su estatua de bronce, convirtiéndolo en icono de La Gloria, y Veracruz, y eternizándose en la historia como el "caso cero". Aunque esto, por las evidencias no sea puntualmente cierto.

"Así es la vida. En esto a nadie se le echa la culpa. Que si dicen que mi niño empezó esto de la Influenza... si ustedes dicen que él es el culpable, ustedes lo dicen", narra la madre con las lágrimas que se le forman en los ojos, porque se conmueve al decir también: "Necesita suceder algo para que te des cuenta que la realidad es mucho más allá de lo que uno siempre está pensando. Te juro, con esto han pasado cosas que te hacen abrir los ojos y decir: por qué necesita pasar algo para que pongan atención en La Gloria. Por eso lloro, de alegría, porque me dicen "¡es que tu hijo es un santo!". Tuvo que sucederle esto a él para se haga algo por nosotros. Todos adoran a mi niño. En vez de verlo como el bicho raro, para el pueblo mi hijo es un santo".