diciembre 19, 2011

La persecución

En un instante había desaparecido. Un tiempo que duró millones de años, y por los cuales su especie había evolucionado bajo la influencia de dos factores poderosos: su naturaleza única de producir sustancia transgresora y las condiciones feroces y persecutorias de su némesis.
Pero no se había extinguido. Había adquirido características similares a la invisibilidad. Poblaba otros mundos y se regía por otras leyes distintas a las de su estancia anterior... Su perseguidor, por el contrario, se había quedado aquí. La extensión y acumulación del tiempo le permitiría desarrollar aquello que tanto ansiaba arrebatar al otro.
Aunque apenas era el inicio, había aprendido el camino, luego de haber incidido en la comunicación referencial con los seres de su especie. El lenguaje era una clave sencilla de entenderlo.
Lo más importante. Había olvidado a su víctima, aunque nunca se había apartado del todo de ella... Le imaginaba. Y ésta le esperaba viendo el transcurrir de su vida más allá de su estado temporal.

Excusas:


"... vemos claramente que la naturaleza de las condiciones es de importancia secundaria, en comparación con la naturaleza del organismo, para determinar cada forma particular de variedad. Quizá su importancia no sea mayor que la que tiene la naturaleza de la chispa con que se enciende una masa de materia combustible en la determinación de la naturaleza de las llamas."
Charles Darwin, "El origen de las especies".


Daba vueltas de aquí para allá, sin poder dormir: leyendo libros, el IPad, viendo tele y escuchando música. Finalmente me puse a escribir a esta hora de la madrugada. Y he creado esta trama, que me parece una buena historia, si se me permite. Me gustaría extenderla hasta convertirla en una prodigiosa novela. Pero ya saben lo que dicen de esas primeras inspiraciones: pueden ilusionarte a su encuentro, pero con el tiempo, mañana mismo, pensaré que es algo vomitivo, y que no vale la pena seguir, y que hay que arrojarle al tacho de basura.
Por eso ahora mismo, con generosidad, le arrojo al mundo, para su confluencia con todo lo existente.
Dicen también que las ideas no son de nadie. Y que están como volando esperando a que uno les agarre y las utilice bajo ciertas destrezas combinatorias. Se me viene a la mente una caricatura: Popeye en una trifulca donde los objetos vuelan ¡logra atrapar su espinaca extendiendo su mano desde el suelo!
Aunque no explícita, mi idea -este cuento pequeño que he construido a la vuelta de la esquina, como quien va por el periódico y una cajetilla de cigarrillos- es sencilla: el hombre no es sino uno (como se expresa aquí) de otros u muchos otros seres que evolucionaron con igual o mayor destreza que él. Sobre todo esto último.
No hay que imaginarse por cierto que sean seres iguales. Quizás ni siquiera similares. Hasta la palabra seres se me hace sospechosa. La comparación radica en la especialización que alcanzaron hacia sus objetivos de supervivencia. Es como si, por colocar un ejemplo, en un momento ambos dispusieran de manzanas y uno hiciera mermelada y otro pay.
Nuestro mundo, lo que somos, mejor dicho, lo que creemos que somos, lo que nos rodea en apariencia es como ese pay de manzana. Un perfecto, sabroso y conveniente pay de manzana... ¿Qué hicieron los otros con sus manzanas, ¡con sus frutas!?
En fin, debo culpar o agradecer que esta noche revisara mis notas sobre El origen de la especies de Charles Darwin, y empezara a imaginar este tipo de cosas.

Ahora mismo me habitan muchos otros seres que no logro ver... (Córdoba, México, 19 de diciembre de 2011. Tres horas, cincuenta y ocho minutos).