julio 28, 2012

Las perras juntas

A las perras no las quieren porque pueden tener hijos. Un día una mujer llegó a la casa de Josefina Rodríguez Melchor, en la noche, ya casi para cuando iba a quedarse dormida y le dejó a las perras. Todas están esterilizadas, le indicó. Cada día vendré a traerles comida, le advirtió.
Sus nombres: Chamaca, Pitufina, La Guera, La Chiquita y La nena. Aunque en el barrio del mercado Revolución casi nadie conoce sus nombres. Les dicen "los perros callejeros", ni siquiera saben bien si son perras o perros, son animales fantasmas que aparecen cuando hay que reprenderlos. Por más señas, les dicen "los perros de la señora", "los perros de la viejita".
¿Qué edad tiene usted? "Quién sabe", contesta Josefina y se ríe afablemente. Ella trabaja vendiendo cartón, botellas y "lo que Dios mande". Cada día va al mercado por desperdicio, menudencias, unos hígados de pollo, para "las perras". Ellas le acompañan.
"Yo no las quiero llevar conmigo, pero ellas se me pegan", explica Josefina. Y así ha sido siempre, cuando ella camina en la calle, las cinco perras van a su lado, a un distancia prudente. "Pues quién sabe por qué se me pegan, será porque les doy su comida", piensa.
Aunque la mujer que le dio las perras no ha dejado de venir por las noches con el alimento, siempre hace falta algo más, o sobra el hambre, que Josefina sabe remediar en el mercado. "Lo que no me gusta es que no las ha bañado, y ya le dije que las bañe", cuenta Josefina. Ella, la mujer que le trajo las perras, fue la que las juntó de las calles, porque andaban pariendo. Las esterilizó y se las llevó a Josefina.
La Chamaca tiene el pelo canela con pegotes, como si se hubiera revolcado sobre algo aceitoso que le ha dejado la pelambre como por retazos. La Guera tiene sarna. Pitufina anda bien flaca y La Chiquita y La Nena con pulgas.
Si se quedan en la calle en la noche, Josefina se verá obligada a salir, porque ladran y no la dejan dormir: las hará entrar en su casa, donde antes estuviera su mamá María Encarnación, hasta que la tuvo que llevar al panteón.
La cuidó hasta el último momento. Dice que no tuvo papá. Tiene tres hermanas, dos de ellas ya murieron, y sólo una queda, viviendo cerca de su casa.
Luego del recorrido del mercado se sienta para leer "Advertencias Marianas a la Humanidad: avisos que da la Virgen", aunque le duela. Porque dice que se está quedando ciega. Y las perras le miran durmiendo, caminando lento a su alrededor, tiradas detrás, sentadas de frente, a sus pies, con más suerte.
Donde no entran las perras es a la iglesia. Josefina les hizo una determinante advertencia la primera vez que quisieron meterse. Les pegó con el palo que usa como bastón. "No le pegue a los perritos, que no ve que quieren estar con usted", le había reclamado una mujer. Josefina fue a rezar. Las perras se quedaron en la puerta de la Providencia.
El libro que está leyendo, y que protege envuelto en una bolsa de plástico, le habla sobre lo que pasará en la humanidad, sobre el futuro de los que están y de los que no estarán. Entre sus páginas hay oraciones, y también un pedacito de un periódico viejo que ella utiliza como separador: página 175.
¿Por qué me retrata tanto?, pregunta Josefina al fotógrafo. Se le explica que es para el día mundial de los perros callejeros. "No sabía que existiera eso". Intentamos tomar una imagen con las perras juntas, pero ellas le huyen, porque dice la mujer que tienen miedo. Aquí: lo más juntas que logramos tenerlas.


Foto: Rafael Calvario, El Mundo.