octubre 30, 2010

Mercado Revolución




Están estos artistas actuando en el mercado Revolución de la ciudad de Córdoba, Veracruz, metidos, acomodados, instalados, mimetizados, guarecidos en el angosto pasadillo. Me acerqué lentamente, primero sin que se dieran cuenta; cuando estuve lo suficientemente cerca, recordé una frase que había oído en un documental sobre fotógrafos de guerra: "No es tan bueno porque no estás lo suficientemente cerca". Me acerqué mucho más... Sentí que no había problemas en hacer primeros planos con mi cámara de 4 MP. Ya era parte del acto. Y la gente caminaba y pasaba como podía para no toparse de frente con nosotros, para no interrumpir la ejecución de la música y la cámara: éramos también el mercado, con la carne colgada reclamando atenciones, las frutas ordenadas por colores, los vegetales y sus anuncios de valor, el piso destruído por donde se cuela también el agua, los comentarios reposados; éramos el camino pintoresco que se busca desde todas las tierras lejanas del mundo... Ahí, al lado...


"Aquí hay mucho de todo y todo adquiere una forma exagerada, todo pretende asombrar, aplastar, sobreponerse a uno. Como si tuviéramos mala vista, mal oído, mal olfato, y si apareciera algo en forma moderada pudiera sencillamente pasar desapercibido. Si es jungla, entonces es grandiosa como la Amazonía. Si es la tierra, es gigantesca como los Andes. Si se trata de la llanura, es infinita como la pampa. Si es el río, entonces el Amazonas es el más grande del mundo. Hay todas las razas posibles y todos los matices de piel: blancos, cobrizos, negros, amarillos, mestizos, mulatos. Hay una variedad de culturas: indígena, española, lusitana, anglosajona, francesa, hindú, italiana, africana. Todas las posibles e imposibles orientaciones y partidos políticos. La riqueza sobra y la miseria también. Los gestos son patéticos y el idioma es florido, abundante de adjetivos. Bazares, mercados, puestos, vitrinas llenas y abrumadas de frutas, verduras, flores, telas, trastos, herramientas, y todo este conjunto continuamente se multiplica, surge desde abajo de la tierra, de las piedras; se multiplica en el mostrador, en las manos, en cien colores llamativos, en el contraste, en el choque, en la explosión. Uno no puede cruzar este mundo con la cabeza tranquila y con el corazón indiferente. Lo atravesamos con pena, desamparados y con la sensación de habernos perdido, con la misma sensación que nos acompaña al ver los murales de Diego Rivera y al leer la prosa de Lezama Lima. La realidad está aquí mezclada con la fantasía, la verdad con el mito, el realismo con la retórica."
Fragmento de "Las botas" de Ryszard Kapucinski, Dirección General Editorial Universidad Veracruzana; Traducción de Gustaw Kolinski y Mario Muñoz; Serie Conmemorativa Sergio Galindo.


octubre 08, 2010

Sí vi a Vargas Llosa



En Arequipa en 1990
Sí vi a Vargas Llosa*

La gente en México me abraza porque Mario Vargas Llosa es mi paisano. No sólo es peruano sino que ambos nacimos en la misma ciudad: Arequipa. Y todos mis amigos mexicanos saben de ella, porque siempre les he recalcado este asunto: y hasta no ha faltado alguna reunión en la que les he cantado el himno de Arequipa, completo. Me preguntan ¿y conoces a Mario Vargas Llosa? Hago una cara de compunción y digo que no, aunque de inmediato caigo en la cuenta: sí, sí lo vi alguna vez. Era muy niño, por eso lo había casi olvidado. Era el año de 1990 (el año en que, por cierto, Octavio Paz también ganó el Premio Nobel de Literatura) y él era candidato a la presidencia de Perú. Llegó en campaña cerca a donde yo vivía, en Arequipa. Es la imagen borrosa de un Vargas Llosa levantando las manos, porque yo estaba a una buena distancia y era un menor de nueve años. Y además porque no me interesaba tanto el asunto. No lo conocía todavía, no había leído en esa época ningún libro de él.

Luego de ese incidente -no recuerdo cuánto después- fui castigado por mis padres y enviado en las vacaciones escolares para pasar una temporada con mi abuelo, lejos de mis amigos. Para no aburrirme, y no pasarla tan mal, me llevé el único libro que tenía de él: La ciudad y los perros. Y fue la entrada a su mundo. Luego leería otros libros de él que me gustaron más, como La tía Julia y el escribidor.

Recientemente viajé a Perú, para reencontrarme con mi familia y mis amigos. Uno de los primeros encuentros que tuve allí fue con mi amigo Hanz Contreras. En una conversación que duró horas él me platicó que estaba leyendo un libro de MVLL: "El viaje a la ficción: El mundo de Juan Carlos Onetti". Me quedé fascinado por la historia de El hablador y que MVLL narra en ese libro, así que lo busqué, compré y de inmediato devoré.

Desde México sólo me puedo imaginar el orgullo y algunos festejos que deben estar realizando en mi tierra, Arequipa, y, claro, en todo Perú y también en Latinoamérica, en general. Porque no se trata de ser nacionalista, finalmente Mario Vargas Llosa es del mundo, digamos del mundo de las letras, a las que ha dedicado toda una vida, de una manera rigurosa. El año pasado escribió una crítica a un libro en el que menciona lo siguiente: "Comencé a leer novelas a los 10 años y ahora tengo 73. En todo ese tiempo debo haber leído centenares, acaso millares de novelas, releído un buen número de ellas y algunas, además, las he estudiado y enseñado..." Ése es él: un lector disciplinado. Un buen lector que felizmente también escribe. Un premio merecido. Un orgullo para -no puedo evitar decirlo- otro arequipeño que ahora lo lee desde México.

*Columna publicada en El Mundo de Córdoba el día de hoy viernes 08 de octubre de 2010
Fredy Fernando Ruiz Condori

octubre 03, 2010

Corazón que crece en la tierra


Esmeralda Morales Trujillo es la autora de "El nacimiento del escudo nacional": un texto leyenda que narra cómo es que nació una de las imágenes más nacionales y patrióticas de lo mexicano: la del águila que está devorando a la serpiente sobre el nopal. Esmeralda dispone en su texto de los siguientes elementos: el hombre, la naturaleza y la lucha entre el bien y el mal.

Nos habla de una familia, en la que una niña es obligada por una malvada bruja a conseguirle un pájaro extrañísimo, tan raro, que ya solo queda uno de su especie. Uno solo en el mundo, y con el que se consigue la vida eterna. La niña a su regreso no trae el ave. ¿Fracasa? Esto enfurece a la hechicera y toma terribles represalias contra la pequeña y su familia. Así inicia su historia. En solo este punto se advierte algo: la autora nunca dice si es que la menor de esa familia, la condenada, falla en su encomienda o no: es decir ella se va y desaparece por meses, dos años para ser exactos. Quizás no regresaba porque el pájaro ayudaría a cumplir sus fines a un personaje que la autora define como terrible y poderoso. Lograr el objetivo es darle más poder, uno ilimitado, al que ya tiene poder. La niña posiblemente cumple un papel heroico: quizás se encontró con el ave, frente a frente, pero renunció a llevarlo a la hechicera, aceptando incluso su propia muerte: la que le había sido prometida si es que no cumplía. Es de resaltar esta omisión porque en ella se advierte lo siguiente: al dejarle al lector (o oyente del relato) esta incógnita, permite que se realice la cuestión, la pregunta de qué fue lo que ocurrió: es la activación de los chicotes de la imaginación que buscan tener controlado los acantilados de lo que no se logra capturar con una explicación determinante: ¿detrás de la puerta, la sombra?, ¿encima de la lluvia, la nube?, ¿debajo de la planta, solo la tierra?

Pero todo esto es un detalle mínimo con el que quiero explicar el porqué de la calidad del relato de Esmeralda. Más todavía: si en él se intenta dimensionar un símbolo mexicano: la esencia histórica de un país. En su texto, que inicia con la historia de esta familia, y la hija condenada, luego entrarán personajes como los mexicas y los aztecas, sus dioses: en ellos sus deseos, designios y promesas. El final es la confluencia de esa imagen a la que cada mexicano le canta: pero ahora con el antecedente de los hechos simples y gloriosos que nacieron de la imaginación de Esmeralda, una niña de 12 años, y que te dicen de dónde vino el águila, cómo creció el nopal y hasta cuáles fueron las intenciones de esa serpiente antes de sucumbir ante el ave.

El relato funciona, si bien se le pueden señalar mínimos aspectos perfectibles. No se diga que a ello se debe que Esmeralda apenas sea una joven, o que no tenga recursos económicos para estudiar más, lo que ella quisiera: con el sueldo de una familia campesina en una comunidad del municipio de Fortín de las Flores, Veracruz: Palo Alto. Pero uno siempre se pregunta: qué podría hacer una niña como ella, con su talento, con una biblioteca copiosa, con una computadora moderna, con el tiempo suficiente para dedicarse a lo suyo. No se sabe.

Esmeralda quiere ser escritora. Recientemente viajó a la capital mexicana, premiada por este relato con el primer lugar nacional en el concurso "Bicentenario y Centenario de Expresión Literaria sobre los Símbolos Patrios 2010". Allí junto a otro grupo de niños de todo el país fue recibida por el presidente Felipe Calderón Hinojosa. Se entiende.

No sé, me gustaría saberlo, si quienes tomaron la decisión de elegir su relato advirtieron que en el detalle del inicio de la historia sobre la muerte de la niña se encuentra un valor interesante: el de la no concesión al poder que quiere corromper. Suponiendo que encontró el pájaro tan raro, que le vio a los ojos, y que lo más conveniente para salvarse a ella y a su familia, era llevarlo a manos de la bruja, la niña toma la decisión de no hacerlo. Claro: No se olvide que Esmeralda, la narradora, dice que esa hechicera era "muy poderosa" y "terrible": ¡cómo darle vida eterna y más poder a un personaje así! No.

El corazón de la niña muerta, al no cumplir los deseos del enfermo ser que corrompe, es llevado al desierto más lejano para ser enterrado; allí, en ese lugar, mucho tiempo después, se nos revela, crecería un nopal muy hermoso. Luego nos enteraremos que sobre ese mismo nopal, alimentado por la sangre de la niña, se posará el águila. Sólo que este detalle no se ve: la voluntad que no acepta el mal y que se opone a él hasta sus últimas consecuencias: el corazón que crece en la tierra.

Aquí el relato completo en la voz de la autora: Esmeralda Morales Trujillo:






Crédito de la foto: Ramón Hernández (El Mundo de Córdoba)