enero 27, 2011

Mi hermana y yo



Algo que siempre me ha llamado la atención de la relación con mi hermana es que yo siento que la quiero no porque lo sea, sino porque es una persona que hizo y hace mi vida diferente. No necesita ser parte de mi familia, yo la habría hecho parte de ella. Es de aquellas personas que uno se alegra en conocerlas. Tenerlas cerca en tu vida, porque te hace sentir especial, como un chocolate relleno de cerezas y cerezas llenas de chocolate.
Como mi viaje nos separó mucho más, nuestra comunicación reciente ha sido sobre todo por mail. A ella no le gusta hablar mucho por teléfono. Al menos no conmigo. Mi mamá es diferente, si bien cuida que no esté gastando mucho al llamarle, siempre te está comentando algo, o haciendo, interminablemente, recomendaciones de los cuidados que debo tener en mi alimentación. Mi hermana dice lo justo, me manda besos y se despide.
Pero sus mails han sido siempre ricos en contenido. No siempre son extensos, realmente casi nunca lo son, pero tienen esos detalles de los sucesos que le ocurren en un día que me hace enternecerme por su valentía, inteligencia y fuerza. Creo que eso lo trae desde muy pequeña. Recuerdo conversaciones tan resueltas y prácticas como si ella fuera una persona con todo el conocimiento de lo que se tiene que saber para tomar un paso que no sabes si te hará reír o llorar. "Es una vieja", "piensa como una persona mayor", decían, y yo no sé si se trataba exactamente de eso. No es cierto que las personas mayores tengan las condiciones, usualmente, para formular pensamientos y acciones sensatos.
Yo le digo que es mi Princesa. Ella me dice Hermanito (por mail).
Ella y yo somos diferentes. No puedo explicar puntualmente los aspectos que nos hacen así, aunque lo sé. Quizás sea que expresamos de manera distinta las cosas que sentimos. Yo soy un marica al lado suyo. Me emociono. Si ella lo hace, no lo demuestra de una manera tan exhibicionista como quizás lo hago yo. Ella es perfeccionista en sus resultados y yo soy soñador en mis proyectos. Aunque dudo de que esta característica sea sólo mía. Ella no puede perder y yo a veces me río de mi derrota.
Dos cosas similares nos ocurrieron. Ella me contó cuando salió en su escuela primaria, frente a todos sus compañeros y maestros, a recitar un poema lonco, que es un poema con modismos y regionalismos particulares de la ciudad de Arequipa, Perú. Cuando estaba en medio de la declamación, la atacó un pasaje de amnesia. No podía recordar los versos que le seguían. Se quedó, me cuenta en un mail, por un instante en silencio. Ante su desesperación (aunque no sé si ella utilizó esta palabra exactamente) hizo algo que me parece increíble. Improvisó. Se inventó lo que seguía del poema, poniendo palabras loncas, sazonando los versos con lo que le estaba ocurriendo en ese momento. No utilizó el personaje poético para plantear una farsa: ella se hizo el personaje poético en cuerpo y voz. La aclamaron al éxtasis. No lo dudo. Yo no habría podido tener su performance. No creo que podría. Y eso que estudié un curso de improvisación en la Universidad durante un semestre.
Entonces recuerdo una situación similar. Estoy yo, en secundaria, parado también, frente a mis compañeros y maestros festejando el cumpleaños del director. Soy el vocalista de un grupo de música folclórica. Desentonamos. Voz y música juntas en un desastre sonoro. Toda mi escuela riendo a carcajadas. Yo sigo cantando y no me apeno. Aplico la de vayamos a terminar de embarrar esto hasta la última nota.
No importa que sea yo un bufón y ella la Princesa. Si la tengo a mi lado, siendo ella parte de mi vida, sabiéndome junto una persona con un poder humano maravilloso, me hace feliz. Mañana cumples 15 años. Y yo recuerdo cómo te enseñaba lo de las ubicaciones de las ciudades, en los países, en el planeta, y cómo me inventaba una manera de dimensionar una verdad poco creíble cuando tienes muebles en frente, detrás una ventana, y un volcán y el cielo. Cuál países que no veo; cuál mundo redondo, si esto está plano. Pero tú me escuchabas atenta y yo creo que no lo hacía tan mal.
Y no sé si recuerdes lo de la gallina que iba a hacer un pastel y... los patos no quisieron ayudar. Te aprendiste ese cuento de memoria. Porque eras tan pequeña que no sabías leer, ni siquiera pronunciar bien las palabras, descifrabas imágenes y me relatabas en tu vocecita esa trama de la mamá gallina que tuvo que hacer sola su pastel, porque los patos flojos no la quisieron ayudar. Los patos flojos. ¡Los patos flojos! Y luego creo que ellos querían comer. Jajaja. Te tengo grabada en algún lugar relatándome esa historia. Pero claro, a mí se me viene pensar en mi pequeña y ya eres más que eso. Espero que compartas conmigo tu presente. Y lo que viene para los dos sea un futuro que nos haga reír mucho.