julio 27, 2011

La voz de Las Patronas


Hace 16 años cuando Las Patronas iniciaron su labor Norma Romero Vázquez, su representante y líder, no sabía lo que significaba la palabra 'migrante'. Dedicada a las labores del campo en su comunidad, cortando caña, desconocía las implicancias de ese término. Lo escuchó por primera vez cuando el tren, que traía a las personas que gritaban por hambre, y que ella y su familia habían empezado a alimentar, se detuvo. Allí esos personajes que no parecían ser mexicanos se bajaron y pudieron platicar.

¿Por qué vienen aquí (sobre el tren)?, ¿van de aventura?, les preguntó, viendo sus rostros cansados y atizados por el sol. Y ellos le contaron a Las Patronas de sus países y lo que los había obligado a huir. "De donde venimos no hay manera de salir adelante. Tenemos que emigrar. Somos migrantes".

Cuando Norma era niña un peso mexicano le alcanzaba para comprar más de un dulce. Cada tarde al llegar a su casa luego de la escuela, su hermana Bernarda le daba de comer y la enviaba, junto a sus hermanas, a ayudar a sus padres en el campo. Su trabajo consistía en amarrar 25 cañas en un rollo, por lo que le pagaban un peso. "Ahí le agarramos amor a la tierra". Sólo que la llegada de maquinarias hicieron que el trabajo de los niños se perdiera.

Luego trabajaría en casas particulares ayudando a señoras, y continuaría también el trabajo del campo, además de ser comerciante. "Siempre he sido una persona que no estoy de floja", comenta. Nunca le faltó comida en la mesa. Y se llegó a casar y tener un hijo. Y aunque tiempo después su pareja muriera por una enfermedad siempre estuvo agradecida de la vida que Dios le había dado.

"Y decía: ¿Señor, tú me das, pero qué te doy yo? ¿Cómo quieres que te sirva? Y lo vi en las vías del tren como un migrante, descendiendo del tren crucificado. ¡Ahí está el servicio que quiere, en las vías!".

Un carácter como el de Norma es la guía de las labores que realizan Las Patronas. Es firme. A una sola indicación serena se ha ido forjando la mística que rodea a este grupo de 10 mujeres, entre familiares y vecinas. Ella por lo regular está visitando universidades, por su relación cercana con los estudiantes, además de participar en foros, conferencias en el país y fuera de él sobre el tema de la migración. Recientemente ha sido invitada por una universidad de Arizona, Estados Unidos, para hablar sobre su trabajo.

¿Hay un estigma contra el migrante que viaja en tren?
Sí. Antes se decía que darle de comer a un migrante era un delito. Y yo decía por qué. Si tengo comida y quiero compartir con aquella persona no puede ser un delito. ¿Prefieren que se tire la comida a los cochinos que dárselo a una persona que tiene hambre? Parece injusto.

¿Y qué ha cambiado?
Antes no se veía que los agarraban. En ese tiempo los policías no les hacían caso. Los dejaban pasar. Pero no sé quién fue la persona "inteligente" que descubrió que al migrante le pueden sacar mucho provecho, porque hoy en día, desafortunadamente, se le ve como a un negocio. Nosotros lo vemos como un ser humano, que necesita ayuda. Porque también tenemos migrantes mexicanos. Y nos duele cuando a una persona de aquí, de nuestro lugar, lo matan en Estados Unidos. Así como nos duele a nosotros, así le duele a Centroamérica.

¿Pensó que su labor podía llegar tan lejos y ser vista fuera del país?
Cuando iniciamos no pensamos que se iba a ser tan grande. Hemos tenido que acostumbrarnos. A aprender a hablar con los medios, con los jóvenes, porque salimos a las universidades, para conseguir apoyos. Llevamos la voz del migrante a muchos lados. Ha sido una lucha y creo que Dios ha estado siempre con nosotras, porque nos ha abierto las puertas. Él nos dirige.

¿Ayudar a los migrantes es meterse en problemas?
Sí. Cuando una persona es agredida y das la voz por ella, puedes recibir agresiones. Tuve un problema en Lechería con unos policías municipales. Uno de ellos aventó contra una patrulla a una mujer con cuatro meses de embarazo. Me hizo salir de mis casillas. ¡Oye, qué te pasa, por qué maltratas a esa mujer!, le grité. Tú no puedes intervenir, para eso tiene que estar (Instituto Nacional de) Migración. Ustedes no están capacitados para esto. Bueno, me dijo, ¿y usted quién (...) es? Y le contesté: Soy defensora de los derechos humanos. Y me dijo que los derechos humanos se lo pasaba por donde quisiera. Le dije: tu trabajo consiste en agarrar delincuentes, no en agarrar migrantes.

¿Alguna vez tiene miedo?
Desde el momento que conocí a Dios en ese tren esto ha sido mi vida. Decidí que desde que se apareció y me indicó el camino ya no tengo miedo. Si Él algún día decide llevarme va a ser cuando Él lo diga, no cuando el ser humano quiera. Mientras Él no quiera, seguiré con su labor.



Fotos: Jorge Coria, Diario El Mundo de Córdoba.

julio 25, 2011

"Madre, tengo hambre"


Las Patronas no escuchan música, porque su oído está expectante a diferenciar el rugido del tren que viene de arriba y el tren que viene de abajo. Este último es el esperado porque trae sobre su lomo de metal frío o ardiente a las decenas de migrantes centroamericanos que quieren cruzar la frontera a Estados Unidos. Cuerpos inundados de hambre; y ellas son sus salvadoras: un grupo de 10 mujeres que diariamente viven por cocinar y llenar los alimentos en bolsas transparentes que ellos les arrebatarán de sus manos extendidas.

La Patrona es una comunidad del municipio de Amatlán, en el Estado de Veracruz, México. Una zona dedicada al cultivo de maíz, frijoles y la caña, entre casas de madera rodeadas de árboles y frondosa vegetación. Se llama así en honor a la Virgen de Guadalupe, La Patrona. Es paso de la ruta del migrante que viaja en tren.

Bautizaron como Las Patronas al grupo de mujeres de la familia Romero Vázquez que desde 1995 hicieron un comedor para migrantes de paso. A ellas se han unido vecinas y juntas de lunes a domingo, sin descanso, de siete y treinta de la mañana a ocho y treinta de la noche -porque el migrante come todos los días- cocinan.

En un fogón a base de leña preparan arroz y frijoles, empacados en bolsas de medio kilo, amarradas una a la otra, y agua de limón en botellas, dos, sujetas por un hilo. Aprendieron esa técnica por la que sólo un dedo del migrante, que pasa por esa zona a unos 60 kilómetros por hora, puede aferrarse al hilo que sostiene las bolsas de comida. Antes sin la cuerda se iba al suelo.

Nadie les paga por este trabajo. Estuvieron ocho años en el anonimato impulsadas por la simple pero poderosa idea de dar alegría al hambriento: que puede estar dos días sin comer. Ellas juntan el dinero de lo que ganan sus familias en el campo. Iniciaron con 25 raciones, ahora preparan más de 150. La llegada de unos estudiantes, que las grabaron en video, hicieron un documental fue su inicio a la fama. Ahora suelen recibir donaciones de insumos para la comida.

"No, no somos famosas", reclama Bernarda Romero, la primera Patrona en dar pan y leche, que compró para su familia, a un grupo de migrantes que le gritaron "Madre, tengo hambre". Dice ella que los famosos deberían ser los que van sobre el tren, arriesgando su vida por un futuro.

Una está limpiando los frijoles sobre la mesa de madera, otra aumentado agua al arroz, más allá exprimiendo los limones o atizando la leña. Antes eran más mujeres, pero algunas abandonaron el proyecto, porque tuvieron miedo de meterse en problemas. El tema de la migración en México significa también dinero y muerte. Pero ellas no tienen temor. Van con Dios, lo mencionan mucho. Dicen que no le hacen daño a nadie, que les dan comida a todos, sin distingos. Las manos estiradas pueden ser de "buenos o de malos". ¿Cómo saberlo?

Llegan periodistas de todo el mundo por conocer sus historias. Ellas tranquilas hablan por sobre el olor intenso de la leña. "Mekníficou", les dijo un visitante de Siria. Y sí: son famosas. Imparten conferencias para académicos, especialistas, profesionales y estudiantes. Su vida ha trascendido desde un comedor para el que viaja rumbo norte, a la estación esperanza.

Publicado en Diario El Mundo de Córdoba
(Foto: Rafael Calvario, Diario El Mundo de Córdoba)