septiembre 02, 2010

Vanesa y Lola



Lima es una capital pegada al mar con una diversidad efervescente. Una gran ciudad está llena de lugares para divertirse. Los jóvenes caminan por las calles iluminadas buscando el lugar donde quedarse a pasar la noche. La oferta los lleva de una estancia de luces, sonido y trago a otra, atrapados por la tonada favorita, la de moda, la imprescindible, la que los hace viajar, sobre el cielo de Lima, gris, donde ellos quieren ponerse a bailar. El camino sigue por un vaso con hielo, por alguien que hizo una llamada para decir que se ha movido y que la nueva ubicación no es Barranco, que ahora se encuentra en Lola Bar en Miraflores, uno de sus distritos más famosos.

Allí vamos en un taxi amarillo. No reconozco el camino. Lola es una disco gay. Me dicen si no tengo problemas en ir a un lugar así. Claro que no: vamos. Ninguna especial expectativa, en el trayecto no he hecho más que pensar en si Vanesa venía también al mismo lugar donde todos se han movido. Había hablado unos minutos con ella en la anterior disco de Barranco: me había aniquilado el acariciar de su perfume, y cómo se me iba metiendo por las narices y los ojos. Pegada a mí, para poder captar sus palabras había descubierto también una manera particular de hablar de las limeñas que me fascinaba.

Ella era bisexual. Sí había llegado a Lola, que para mi sorpresa resultó ser un lugar muy en ambiente: repleto de gente, pero gente agradable, que baila a cien, que salta, que bebe respetando al que está al costado. No parecía que hubiera campo para el grupo, pero subimos al segundo piso y nos pegamos a una baranda. Allí bailamos. Como la música estaba tan buena, no me importó sacar a bailar a una de las amigas de Vanesa, que estaba al otro extremo. Cuando mi acompañante se fue, jalé a Vanesa a bailar conmigo. Pude tocar su cintura pequeña. Era muy delgada y eso elevaba mi complacencia. Pero lo que me tenía subyugado más que su delgado cuerpo era su aroma. Mi debilidad. Una combinación letal de finezas medidas delicadamente. Toda Vanesa entraba en un solo brazo. Lola era el punto.

Vanesa me había preguntado si olvidaría su nombre. No. Tampoco se me ha quitado su perfume: del cual nunca quise enterarme, no importaba, de nada valdría saberlo, porque en nadie más le iba a quedar como a ella, que olía como esa noche de Lima, como Lola, como cuando te tomas un vaso de licor y te queda un pequeño trozo de hielo que muerdes entre los dientes y luego expiras ese último sabor, y crees que todo va bien en el mundo donde estás en ese momento parado, porque la música no deja de tin pum tin pum… : un mojito, por favor.
Imagen de Capepe-mojito

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