diciembre 30, 2008

El viaje de Navidad


Me fue muy tentador no sacar la cámara al ver a esta amorosa madre dormir sobre el pecho de su hijo. No él, el pequeño, sino ella refugiarse, en el cuerpo del niño que tenía los ojos abiertos, en este autobus donde también viajaba yo. Cuando la cámara disparó, ella se levantó para darle un beso.

La gente viaja en fiestas... La gente trabaja.

No cualquier noche. Especialmente en las noches de celebración de navidad o de fin de año algunas personas preparan su material de labores, se ajustan el cinturón y salen fuera de su casa para trabajar.


Una navidad que enfrían las carreteras
Alfonso es un hombre delgado y no lo suficientemente grande, pero conduce un autobús de 50 pasajeros que viaja por todo México. Trabaja en una reconocida línea de transporte de pasajeros hace 10 años, casi el mismo número de navidades que ha tenido que pasar conduciendo por la carretera, frente al volante y sin esperar un abrazo de nadie, pues él no puede dejar de manejar. Es su deber.

"Tú tienes que terminar tu viaje. Todo transcurre muy normal. A veces algunas personas dicen 'felicidades', 'feliz navidad', 'feliz año nuevo', pero es algo raro, casi no sucede", comenta Alfonso con desgano y desinterés. Si de confraternizar se trata, el volante tiene que estar lo más lejos posible. Así, cuando Alfonso se encuentra en la terminal convive con algunos compañeros conductores, ponen algo de música, un saludo y algunos se despiden pues tienen que salir de noche.

¿Adornitos navideños para ambientar el bus? Nada de eso está permitido en la empresa. Alfonso agrega lo que es ya demasiado evidente: "Aquí vas haciendo a un lado los sentimientos. La empresa de un cierto modo te absorbe. Te vas haciendo frío". Pero en este punto uno se imagina que en el hogar del conductor la situación sea diferente. "¿En la casa?... es que ya vienes muy desvelado, amolado. Aunque a la familia sí le da gusto que uno esté ahí".

Alfonso tiene algo claro para esta navidad: no sabe dónde la pasará. "No sabemos porque en los días siguientes nos mueven el rol, entonces no podemos hacer planes", comenta a unos siete metros del volante. Si éste estuviese más cerca quizás no habría soltado palabra. Este 24 de diciembre en la noche la carretera podría enfriarlo otra vez. Una noche más. Y lo más probable es que tenga un coro mudo de 50 cabezas detrás suyo, sentadas y algunas otras durmiendo.


Taxi aventuras de Nochebuena
Paulino Rodríguez dice que es uno de los ojos de Tehuacán (Puebla). Trabaja como conductor de un taxi desde hace 24 años y desde su unidad ha visto innumerables sucesos. Recorre la ciudad de punta a punta: "Estamos aquí y estamos allá. Los taxistas somos los que en realidad cuidamos Tehuacán. Vemos muchas cosas", asegura con mano firme en el volante. Y se acuerda de un suceso singular de Nochebuena en el que vio más allá de lo conveniente.

Eran las 10 y media de la noche del 24 de diciembre. Paulino esperaba una carrera en la central de autobuses de AU. Se le acercó un hombre y le preguntó cuánto le cobraría por llevarlo al pueblo de San Pedro Atzumba. Paulino sugirió una cifra alta pero justa -era noche de fiesta, dos horas de viaje considerando que en esa época el camino era sólo terracería-, el hombre aceptó y, antes de subir a su esposa y dos hijos, se compraron pollo asado para la cena. Ya estaban en marcha.

Llegaron a San Pedro pasada la medianoche. El hombre agradecido con Paulino le invitó a cenar, pero el taxista arguyó que no podía quedarse porque también lo esperaba su familia en casa. No era cierto. Quería llegar a la ciudad para realizar más carreras y ganar, como todo taxista lo merece, el aguinaldo no oficial de fin de año. El hombre entendió y le regaló una botella Don Pedro. Tome, para que se la 'eche' con su familia, le dijo.

Iniciando el camino de regreso, en medio de los cerros, y en la oscuridad que todo lo envuelve, distinguió un bulto tirado en la carretera. Era un perro negro que lo miraba directo a los ojos. El coche se paró. No arrancaba. Él se asustó, sabiéndose ante algo malo. Así estuvo, sin bajarse y sentado, media hora. Recordó que alguien le sugirió insultar a los aparecidos para que a uno lo dejaran tranquilo. Lo hizo. El perro subió al cerro con una estela ancha de viento cargado detrás de sus patas. Alcanzó a verlo a los ojos una vez más antes de desaparecer entre el polvo de la noche. Paulino juró nunca más ir a ese pueblo, le paguen lo que le paguen, ni por ser Nochebuena.

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