diciembre 07, 2008

Influencia y prejuicio




Me estaban cayendo unas gotas por la ventana abierta del asiento delantero del auto. Estaba pensando en si me molestaban lo suficiente o no. Quizás trataba de recordar esa palabra que no debía utilizar nunca al escribir porque muchos lo hacen, y cuando así sucede lo mejor es evitarlas y buscarse otras nuevas. Estaba cantando "Avísame" de Alejandro Fernández que también le gusta al colombiano que nos acompaña. El auto avanza rasgando el viento y estrellando los diminutos globos desnudos del agua que se precipita.

Es la segunda vez que me encuentro con el colombiano que me ha caído tan bien. Su manera de hablar se me ha pegado. Sobre todo cuando tengo que alzar la voz, las palabras tienen ese acento "que ni la hijoeputa" y parece que así suenan mejor. Analizo: cómo es que mi ritmo al hablar no se ha visto mellado por el acento mexicano en meses, y en tan sólo una par de horas siento mi entonación trastabillar porque, está dicho, uno se esfuerza por contagiar y no ser contagiado. Parir y no ser parido. Por cierto, esto último es una razonamiento altamente mexicano. ¿Qué ocurrió? Razón posible: leo a Fernando Vallejo. Fui a la Feria del Libro de Lima para verlo. Él no se apareció. Trauma. Mismo hilo: veo "La virgen de los sicarios" de Barbet Schroeder, la escena en la cantina, con dos waros, "Senderito de amor" de Pedro Infante en la máquina de música por mil pesos colombianos -"qué devaluación hijoeputa"- y una de las frases más poéticas que haya oído en el cine y que no pienso comentar ahora, miro la escena varias veces, la película también, pero distingo detalles distintos en cada rew/pause, como las personas que beben fuera de la cantina, la cámara y el barrido que abraza a Fernando desde atrás... me prometo algún día estar en Medallo y pedir dos waros, mientras Senderito de amor, senderito del alma... Anhelo. Hilo primo: el colombiano es gracioso, simpático, le gusta bailar, cantar, cuenta chistes, y, oh gloria, es de esos de beber mucho, hasta al amanecer dice, y este día, que fue el que estuvimos platicando por primera vez, se sentó debajo de un cuadro que tiene sólo unos pies en un aparente abismo remolino, todo manchado. "¿Ya viste lo que tienes detrás tuyo?", le digo, él y todos los demás en la mesa voltean y se echan a reír porque el comentario estaba en contexto oportuno, aunque a mí no me pareció tan gracioso.

"¿Ya llegamos?", pregunta el colombiano y ella le dice una vez más que no. A mí también, que voy detrás, se me hace lejos todo el camino recorrido. Seguimos cantando. Le pido a ella que cierre la ventana, que me cae la lluvia.

¿Llegamos?, pregunta una vez más. Le cuento al colombiano que he revisado un reporte de la Universidad de Michigan publicado este año sobre los países más felices del mundo. Él me habla sobre el IDH y Ginebra. Ajá, le apunto, ¿sabes cuáles son los países más felices del planeta? Primer lugar, Dinamarca, segundo lugar ¡Puerto Rico!, y ¿quién crees que está en el tercer lugar?... ¿Ah? El colombiano sonríe y dice "Colombia". Jajaja ¡Sí! Luego comentamos las razones, bla, bla, bla... ¿Llegamos? Ahora sí.

Una virgen se nos viene encima. El pueblo está de fiesta. El tráfico detenido. Le digo a él que se imagine que todos vienen a recibirlo. Afuera es cierto. La procesión está justo en frente del auto donde viajamos. La virgen con los brazos abiertos se balancea, elevada por los hombros de todos estos señores que no logro distinguir por la oscuridad de la noche; la virgen se nos viene, da justo la vuelta a la esquina, para no echársenos a besos. El colombiano disfruta el espectáculo, detenido en la imagen que le he planteado. No lo imaginé así en ese momento. Pero ahora tiene mucho sentido. No entiendo cómo es que él llega a un lugar tan rústico. Si su carácter fuera el de un flemático devoto o al menos el de un carismático cristiano, no lo sé, pero él me parece tan alejado de este mundo de calles angostas y empedradas. Será que lo conozco tan poco. Oh, prejuicio maldito que llenas mis ojos de abundantes espejismos. Viene a realizar un trabajo de ayuda social; y la virgen, a quien tanto yo quiero, la virgen, lo recibe con petardos en el cielo y ese gesto cariñoso.

Pienso. Pienso mucho. Ya me he terminado el pan.

2 comentarios:

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