marzo 03, 2011

Era incrédula



Tenía a los santos en una pequeña cajita de plástico transparente en tono celeste. Los acumulaba uno encima de otro, con sus oraciones mal escritas y plastificadas. Abundaban los signos de admiración. Petición imperiosa de un cuidado, un favor, una gracia que les inherente ofrecer por su posición y condición de lo que hicieron en aquella otra vida que los ponía como a nosotros, a merced de ser los elegidos, con las pruebas por delante, con la diaria advertencia de que las decisiones se toman pensando en el otro, en el amor por el prójimo, que uno ofrece siempre la mejilla, cuando le pegan en una, y cuando le pegan en ésta ofrecerá el lomo y cuando éste haya sido molido se pondrá de rodillas con las manos al suelo para que lo terminen hundiendo como a un pegote de carne sanguinolento... y sonreirá. Estarán siempre al servicio, desde la aurora, hasta cuando ésta se haya puesto a los calores y luego se haya despintado hasta incrustarse imperceptiblemente al alba: se mirarán las lunas que uno acoge en su corazón y se resolverán las preguntas en calma y en silencio. Aunque la cama les sea dura parecerá que duermen sobre plumas y que respiran sobre ellas con un aliento de manzana. Habrá en su mirada cerrada por la cortina de los párpados un tono celeste... claro un tono celeste, como la pequeña caja de esta amable anciana que encierra a los santos.

-Una estampita.
-No... gracias.
-Una estampita de los santos-. Le veo sus manos arrugadas abriendo una pequeña caja celeste.
-Bueno, ¿cuánto valen?
-Para usted... a 10 pesos.
Yo creo que eso cuesta menos. Pero ella dice que 10 pesos para mí. No importa que hubiera dicho 20, ya estaba dispuesto a comprarle.
-Bueno, pero usted escoja una-, le digo, porque quiero invitarla a una especie de juego.
-Para usted que se ve que trabaja... San Martín Caballero.
-Bueno...
-La otra vez me encontré con él, él y otros varios santos, que estuvieron aquí, aquí vinieron al parque, estuvieron entre nosotros... ¡Y muchos no se daban cuenta!
-¿Los santos?
-Sí, parecían así, muy, muy diferentes, como hombres disfrazados, con sus mantos. La gente discutía. Porque para algunos eran unos actores, para otros eran los verdaderos. ¡Ay!, y una que no cree, porque yo soy bien incrédula. Pero sí eran los santos, me los encontré pero no sabía que eran ellos.
-Ah...
-Éste estaba así, igualito, con su manto azul, su casco y su caballo... Uno no sabe., no cree. Puede estar frente a un santo, hablando con uno de ellos, así frente a frente, y no darse cuenta.


2 comentarios:

Steph dijo...

Como siempre no una sorpresa sino un grato momento.... me declaro tu fan, lo sabes pucho.

Fernando dijo...

Como siempre espero que nos leamos y nos escribamos... y nos veamos. ¡Saludos!