agosto 26, 2008

La Farmacia de Dios



Las farmacias son las tiendas de las refacciones humanas. Llevas la maquinaria dañada porque le hace falta una pastilla, algún líquido jaraberoso o una venda que parche la rotura del cuerpo. Los humanos tenemos boca con la que podemos protestar. Somos máquinas parlantes. Tengo un dolor que se hace grande a finas punzadas. Llego a uno de estos establecimientos que se ha puesto de nombre Farmacias del Ahorro... no estoy seguro... voy a buscar la caja de pastillas que acabo de botar al tacho... Sí, así se llama.

Como todo humano de máscaras no demuestro mi dolor. Hablo con atención, saludo y solicito mis pastillas. En Farmacias del Ahorro me dan el costo de los implementos que me curarán. Es caro (bien dicen que se proclama lo que se carece). Pero no hago objeciones. Deme esas pastillas. Espere un momento, también tenemos este otro producto que tiene la misma fórmula. Ni hablar, no compro eso, quiero lo que un especialista de las máquinas humanas ha puesto en este papel. Pero soy amable: le hago creer que examino la oferta. Mis ojos pasan las letras, me tomo un par de segundos. Le digo que quiero las del papel, el mismo nombre, nada de sinónimos o equivalentes. Pago. Siento la punzada ampliando su campo de acción. El mal me posee. Mi cuerpo grita. Pero somos humanos y educados. No hago gestos. Reviso las pastillas, las fechas y la legalidad. Creo que todo está correcto. Pido, por favor, si es tan amable, un vaso de agua para tomarme la cura inmediatamente. Le mando una señal a la parte afectada. Ya casi viene, no duelas tanto, un ratito más y te daré el antídoto.

Con brusquedad indiferente me dicen que no hay. No hay agua en esa farmacia. Odio su maldito nombre. Miro a la tipeja directo a los ojos. ¿No hay agua?, vuelvo a preguntar con protesta, incredulidad e indignación. La indiferencia se hace mofa y de su traje blanco, sus símbolos, su pelo pintado, sus dientes amarillos y sus labios amargos le dice a todo mi ser que ni para su persona hay agua en ese establecimiento. Menos para ti, cliente, le faltó decir. La información llega a la parte afectada. Extraño pero ya no me duele, se detiene en su marcha. Se calla. Se figura que ante la salerosa puñalada del enemigo hay que ser solidarios en uno mismo.

Lanzo algunas protestas. Me ofrecen aguan a cuatro pesos. Me largo del lugar.

Su nombre es valiente y curioso: Farmacias de Dios. No imaginé que a alguien se le ocurriera poner semejante nombre a un establecimiento comercial de salud humana. ¿Por qué te llama la atención?, me pregunta Eli. No se trata de cualquier farmacia, Eli, no es la Farmacia de los Rodríguez, la Farmacia de Calderón, la Farmacia de fulanito, es la Farmacia de DIOS.

Puede resultar temerario ponerle semejante nombre. Parece que les va bien. Tienen varias tiendas. Me pregunto qué otros negocios podrían usar ese apelativo.

Entro por una parchada a Farmacias de Dios. Pido un vaso de agua aunque no haya comprado pastillas. Me lo dan. Les estoy tan agradecido que me alegro en su nombre. Paso otra vez por Farmacias del Ahorro. Pienso en publicar su bajeza y mal trato.

Por cierto, ya sé por qué tienen ese nombre. Qué tonto soy. Son del Ahorro porque ahorran el agua que le deberían proporcionar a sus clientes. Ahorran el bidón. Ahorran personal racional y humano. Todo eso a cambio de sequedad y unas bravuconas de mostrador.

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