febrero 01, 2011

Las últimas bancas



En las bancas posteriores de las iglesias, y a horas convenidas, se sientan los advenedizos. Los que no acostumbran visitarla, y aprovechan el momento en que no se está realizando el rito para entrar en los aposentos del Señor y solicitar una entrevista exprés, sin las molestias de soplarse los sermones y los cánticos. Si se esmeran, se ponen de rodillas y lanzan algunas invocaciones. Murmullos sentidos acompañados con leves agitaciones casi imperceptibles de una cabeza agachada y contrita. Si andan cansados, sólo se quedan sentados a meditar en silencio, con la manos como espejos, en contemplación simétrica. Y eso está bien para ellos: el paso quedo de las almas arrepentidas a veces les procura otra reunión singular, con ellos mismos, entonces se les hace un soliloquio atorado hacia dentro, estertores implacables de su desasosiego se les revelan, se amansan las venas, y les suceden una calma triste. El paso del tiempo. Ayuda, sin duda, los beneficios adormecedores y tranquilizantes de estar bajo esas bóvedas, que cubren el cielo e inundan con la frescura de sus paredes lo suficientemente retiradas y elevadas como para que no haya lugar más grande, que la morada del Todopoderoso, para disipar las penas. Este desprendimiento los deja vacíos. Creen haber sido oídos, se suponen con una oportunidad más a la vuelta de la esquina, en la noche del encuentro, el momento de la llamada telefónica oportuna. Miran sus relojes y se levantan de las sillas. Afuera los ataca el ruido, los persigue un perro, los apura un coche, pero ellos han recibido una inyección de inmunidad ilusoria pero efectiva.


1 comentario:

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