octubre 17, 2009

Ella era más...

Para D, por los detalles.



Ella era más inteligente que yo. No me di cuenta de manera tan clara hasta la noche en que me dejó mudo, indefenso, desconcertado y tan disparatadamente orate como para pronunciar la frase más vacía y sin sentido que he dicho en la historia de mis pobres discursos.

Como yo la quería no había problema en que su superioridad se mostrara estadísticamente en que ella ostentara dos profesiones y yo sólo una, o en que nombrara libros que no había leído. Nunca me afectó, por el contrario gozaba que me narrara esas historias ajenas en su voz dulce y un juego atento de caricias, como la tarde que me habló de los hermanos Karamázov, de los que hasta hoy, por cierto, sólo tengo acercamiento por ella. Qué extraño me parecía que me dijese que no tenía religión más que la suya. No lo entendía, y lo asimilaba como una rareza, una extravagancia insurgente desde la fortaleza de mis convicciones católicas. Con el tiempo descubrí el engaño, pero cuántos años me han llevado el saberlo y el poder afirmar como ella que las religiones son un fraude de inmensas proporciones. La sentencia para mis habilidades intelectuales se manifestaba en su propia opinión. Me decía que yo no era el tipo más inteligente que ella conocía, quizás creativo, pero no inteligente.

Y una de esas noches en que se presentaba la opción de discutir, cierta controversia de nuestra relación, sus argumentos fueron nítidamente enlazados, sus ideas estéticamente presentadas y su conclusión contundentemente pronunciada. Me tocaba decir algo. Defenderme. Darle la contra. Pero yo estaba apabullado, mudo, sin respuesta, era tal la soberbia y magnitud de su posición, que no admitía un contrasentido, al menos no uno que fuera formulado en mis débiles capacidades intelectuales. ¿Qué dices tú? Mi silencio. Mi desesperación. Y he allí la bellaquería de mi cobardía, la salida mugrienta, la mentira osada. ¿Y? La miré directo a los ojos, aspiré profundamente y rompí el silencio con la siguiente frase: "Es lo más estúpido que he oído en mi vida". Sus ojos saltaron de la impresión y me preguntó: "¿Por qué?" Me di la vuelta y me fui. Era más inteligente que yo.

1 comentario:

Manu Ureste dijo...

Enhorabuena pinche Fernando. Me encantó de principio a fin la historia... el final es sublime.
Te pusimos falta el sábado!
Saludos,
VPC