marzo 20, 2009

El niño de la rama




(Inicialmente publiqué esto en el blog dominical. Pero he aquí la versión extendida, más allá de los puntos suspensivos.)

Una de las actividades que más me gusta del periodismo es conversar con la gente. De ello se puede aprender tanto, y quién podría negar que es una actividad propia y fundamental del oficio. Dar la mano, decir "hola..., ¿cómo te llamas?"

Oliver es el niño que apoya sus manos en una rama. Se ha subido ahí porque está observando cómo capto imágenes con la cámara fotográfica desde un árbol. Quería una panorámica, me vine aquí arriba, y él está a mi lado: acompañándome.

-¿Cuál crees que sea mi profesión?
-(Silencio. Movimiento de cabeza sindicando desconocimiento).
-¿Qué crees que hago?
-No sé.
-Si tomo fotografías... ¿seré fotógrafo?
-(Silencio).

Converso más con él. Bueno, una plática discreta. Ya que Oliver está casi frente a la lente, se me ocurre hacer unas tomas con su rostro en primer plano. ¿Me estoy aprovechando de la situación? ¿Le hago plática porque quiero obtener una buena foto? ¿Soy tan canalla? ¿Qué clase de autenticidad hay en mí al iniciar un diálogo? ¿Me pudre y me corrompe el interés por obtener beneficios de las palabras que estamos compartiendo?

Son cuestiones que me atacan. Se trata de la moral del periodista. Tema que hemos conversado con Stephany Bland en algún par de ocasiones y que nos ha llevado a una risa puesta y desecha.

Quizás la respuesta me la dio el escritor peruano Luis Jochamowitz (biógrafo de Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos) en una entrevista-conversación allá en Chorrillos, por la costa limeña. Él me comentó ante esta preocupación que si el "interés es genuino", no se trata de una canallada. La moral del periodista se salva porque en su pesquisa, y frente al alma humana y sus expresiones, no quiere aprovecharse de ella teniendo como único fin una primera plana, la historia perfecta que elogiarán sus editores, el trabajo cumplido, no, aquello es más la derivación, lo que se extiende, el marco DE; la esencia es la empatía con el prójimo. Un genuino y sincero "¿cómo te llamas?"

Claro que nuestra labor es informar. Obtenemos material para ello, además de otras fuentes, de las personas. Esto no nos puede convertir en mercenarios de lo dicho, sin sonrojarnos antes -poniendo atención exclusivamente en el proceso de recolección- por ciertas iniquidades y podredumbres. ¡Ay, si nos faltara la indignación! ¡La sorpresa! Perder la calidad humana en cuestiones humanas es una paradoja muy cómica.

¡Oh, a cuánto eco de pedantería me saben mis propias palabras! Pero no puedo escamotear mis convicciones. Tanto se habla mal de los periodistas. Uno no puede negar ciertos malos representantes. Lo real es que nos preocupa la información más allá de la carroña expuesta y la mendicidad de olivo.

Quisiera exponer más... pero llega un momento en que al escribir sobre la realidad... uno se traba... se compunge... decir la verdad nunca es lo más popular... no faltan las pullas... y uno decide ser un poquito sobrio y dejarlo ahí... ahí... puntos suspensivos...

(...)

Oliver observa por la pantalla de la cámara digital la donación de ropa en una localidad alejada del estado de Veracruz, llamada El Triunfo, Tepatlaxco. Es una comunidad pobre. Baste decir que no tienen agua potable. Mientras enciendo la grabadora para obtener impresiones con los protagonistas del hecho, el pequeño sigue a mi costado. Finalmente él inicia la conversación.

-¿Qué es eso?
-Una grabadora de voz.
-¿Y qué hace?
-Tú dices algo, yo aprieto este botón y luego puedo reproducirlo para recordar exactamente tus palabras. Así...

Oliver tiene un amigo. Ambos me quieren decir una especie de confesión. Me llaman a un costado de la aglomeración de gente. Me dice el amigo susurrando, asegurándose que me agache lo suficiente para que sus palabras me caigan como embudo preciso al oído: "Dice Oliver que la próxima vez que vengan traigan juguetes"... Hasta ahora no comprendo bien porqué aquella petición tenía carácter de secreto. No puedo explicarles a los niños que eso no depende de mí, que no soy yo el responsable de la donación... Les digo que así se hará.

-Yo soy periodista. ¿Sabes, qué hacen los periodistas?
-Mmm... no.
-Digamos que contamos historias.
-A ver cuéntame una historia.

¿No les ha ocurrido que de pronto uno se nubla? Se le borra la información que uno le pide al cerebro. Me sorprendió que me pidiera una historia de pronto. Ehhh. Y... no, ¡esa historia no!... ehhh... no, otra, otra.... ehhh...

-¿Te sabes la historia de la planta carnívora que quería ser vegetariana?
-No.
-Bueno. Había...

De qué sirve todo lo que leído y vivido sino le puedo contar una buena historia a un niño cuando me la pide. Es imposible que haya contado la historia de la planta carnívora que quería ser vegetariana. Cuando terminé con el relato no sabía dónde esconder la cara. Estaba turbado. Obviamente no entendió nada. Algo dentro de mí gritaba ¡fraude! ¡Qué fiasco! ¡Mírate, seudo-narrador, no tienes perdón! Bandini se levantaría de su tumba y te apedrearía como a los cangrejos!

-¿No te gustó, verdad?, Oliver... A ver... tú cuéntame una historia- El colmo de la maricada. ¡Pedirle al niño que haga tu trabajo!
-No sé.
-Mmm... Te cuento otra- le dije a Oliver, en un intento desesperado por resarcir mi estupidez. Apelé a mis cursos de improvisación y teatro en las Universidades en las que estuve. Convoqué a las tropas de mi imaginación, oh mi bien dorado, oh mi vida, oh mi preciosa imaginación.
-A ver, dime.
-De qué quieres: ¿de animales o de personas?
-¡De animales!
-Bueno. Era un oso...

Ya no se puede seguir con esto. Me hundí como lo hacen los grandes: bien al fondo. La peor historia creada por el hombre. Algo sin pies ni cabeza, ni barriga que lo sostenga. Oliver estaba confundido tanto como yo. No eres tú. No. Soy yo el tonto. Soy yo el bobo, Oliver. ¡No eres tú!

Nos alejamos.

Luego de haber terminado mi trabajo busco a Oliver con la mirada. Lo encuentro a un costado de un coche, con su amigo, escribiendo sobre la carrocería con el lapicero de tinta que le acabo de regalar...

Cuando todos los que subieron hasta El Triunfo abandonan el lugar, incluido el periodista, se forma una pequeña fila de niños que alzan las manos con movimientos de despedida. Observo particularmente a Oliver. Trae un rostro sombrío. Casi no he visto esa expresión en mi vida: es un gesto triste y molesto a la vez, una tibia desazón renegada. Le sonrío un poco desde esta ventana que avanza, le digo adiós, pero él no me corresponde, sólo me mira fijamente a los ojos o los desvía hacia el suelo... puntos suspensivos...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

para los que no se saben la historia de la planta carnivora que queria ser vegetariana, ahi les va para que no se queden con la duda:

Habia una vez una planta vegetariana que entre sus pensamientos en una fresca noche de primavera decidio que era hora de cambiar!!! asi que decidio volverce vegetariana. A los primeros rayos de sol del siguiente dia se despierta con mucho entuciasmo!!! se sentia renovada!! cambiada!!! se sentia tan diferente tan llena de vida por el repentino cambio en su menera de ser que... al compaz de del suave movimiento del viento se comio a su familia.

esta historia la escuche en "CUENTEROS" en el parque las palmas, en la ciudad de bucaramanga, Colombia un viernes 9de octubre de 2008, un día antes de mi cumpleaños. att:shesho!

Fernando dijo...

Shesho, gracias por el aporte. Con el cual me permito aclarar que la historia de la planta carnívora que quería ser vegetariana es muy buena, pero no para un niño que no sabía ni lo que era una planta carnívora. La torpeza fue mía por no elegir la historia adecuada. Uy, pero quién podrá decir qué fue lo que luego relaté... el oso...