septiembre 14, 2008

Esperando el gol peruano



Llegué tarde a mi departamento el miércoles. Busqué en los canales de cable si todavía pasaban o repetían el partido de Perú con Argentina. No sabía la hora del encuentro, pero busqué mucho, hasta casi la una de la mañana. Seguramente aquí en Veracruz casi nadie más hacía esto. No he visto ningún peruano en todo el tiempo que llevo en este país.

Al día siguiente mi amiga Lorena tenía en su nick "un empate con sabor a victoria" o algo así, que me disculpe ella si la cito mal. En la noche del jueves me encuentro con el partido en televisión. Los últimos 20 minutos, me alegré, con mi coca (cocacola) en la mano y unos cacahuates (maní) japoneses me puse a disfrutar como todo peruano que ve a su selección. No recuerdo si afuera llovía, aunque da igual, aquí casi todos los días llueve. El hecho es que pensaba que el empate al que se refería Lorena era el cero a cero que estaba viendo. Me pareció, analizando en ese instante, de lo más mediocre creer que un empate pueda tener algo de alegría si se juega en Lima. No lo entendía. Cuando llegó el gol argentino, la cosa cambió. De inmediato supuse que se venía el gol peruano, pero igual no llamaría a ese empate una victoria. Los minutos pasaban y ese gol no venía. Me angustiaba y la coca se me acababa. Por cierto, menuda adicción de los mexicanos a los refrescos (gaseosas). Me he convertido. A la semana debo tomar mínimo unas siete cocas. Les estoy haciendo millonarios a los chicos de la CocaCola. Dicen que en EEUU les va muy mal y que México prácticamente los está salvando... bueno, pero ese no es el punto.

Cuando faltaban apenas segundos y vi la pelota en las piernas de Messi y en plena área peruana juré que todo estaba perdido. Empecé a enojarme con Lorena por darme esa fatua ilusión, a no entender a qué empate y victoria se refería si, lo que estaba viendo a colores, era mi primera derrota de la selección en televisión fuera del país. No daba ni 10 centavos por un gol peruano, todo estaba perdido. Tal como pensaron muchos de los que asistieron al estadio y empezaron a abandonarlo antes de que se dé el pito final. Eso me entero por la columna de Pedro Ortiz. Pero no. Grité ¡GOOOOL! como un loco aquí sin un coro que me acompañe en las calles y en las otras casas. Juan Vargas es un grande.

La incertidumbre dispara la felicidad. La última jugada, el último segundo y Perú pudo gritar el gol. Entiendo ahora el sabor a victoria. ¿Habrán más alegrías para nuestra selección?

A inicios de junio, cuando llegué a México, un día antes jugaron mexicanos y peruanos. Fue una goleada a favor de los primeros. ¿Viste el partido?, me preguntaron los amigables mexicanos que me recibieron. Yo estaba viajando, les dije que no. "No importa, chavo, te lo grabamos". Es bueno que no me interese mucho el fútbol, pero es malo no tener una selección de la cual presumir fuera del país.

Foto: Rio Negro

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