agosto 31, 2007

Después del TERREMOTO


Por distintas razones no he podido escribir nada sobre el terremoto. Quizás me asusté algo. Quizás no he podido escribir porque no he tenido tiempo. Quizás porque escribí varias cosas y nada me gustó. ¿Les cuento lo que escribí?


Pues recuerdo que en uno de los post que deseché irremediablemente a la basura escribí que, de seguro, yo era de las personas que había estado en uno de los lugares más inseguros de Lima. Dije que el día del terremoto me encontraba en el sexto piso del ICPNA de San Miguel. Decía que después de las primeras movidas no me inmuté, pues siendo yo arequipeño acostumbrado a sacudidas sísmicas me tocaba dar el ejemplo relajarme, me tocaba quedarme sentado esperando a que todo pase, pues yo de esas ya había vivido muchas. Contaba que sólo tres chicas se quedaron conmigo en la clase, hasta que me paré porque el asunto no acababa y, claro, estaba en este edificio. Borré que una vez afuera, en lso pasillos, todo el mundo bajaba y yo era uno de los últimos, que arrivando al segundo piso un estruendo gigantesco me hizo decir "¡esta wuhgruig3ruvb se está cayendo! Decía que ahí me entró mucho miedo, más cuando alcanzando el primer piso vi como los pedazos de concreto (que en este caso no se ajusta a la rigurosidad de la palabra) caían de arriba, sí de arriba. Huí, eso decía. Denunciaba que el ICPNA era un lugar muy inseguro, que deberían hacer unas revisiones por ahí. Pero lo borré todo. Ahora recuerdo porqué borré todo: quería subir un video del terremoto en en ICPNA que encontré en You Tube, pero no pude. Eso me hizo mandar todo al tacho.

Mi segundo post fue una fumada media extraña. Algo confundido con el idioma. Es más: no sé porque escribo así, así como liberado, como agresivo, como relajado, como bacán, como macanudo... No sé si me dejo entender. A veces me pasa: Me desencanto de mi estilo y lo ataco tratando de encontrar algún otro, quizás nunca siendo yo mismo, quizás... Bueno, pero al punto: Yo escribí algo como, y también lo borré todo, algo de un perro, recuerdo. Era un perro amarillo, ya saben de ese amarillo añil (no sé exácatamente qué es añil, pero me parece que se trata de eso). El perro tenía unas cuentas pulgas. Su nariz estaba fría, eso decía, casi congelada como plastilina en el piso. Que no muy lejos alguien encendía la cocina con un pedazo de papel y el keroseno se le metía por todas partes. Decía que, con algunas otras particularidades que ya no quiero contar, decía, digo, que el perro agitaba las orejas, que miraba para todos lados, que nadie le prestaba atención, que daba brincos cortos pero aprisa fuera de la casa, que la tierra rugía, que de pronto las casas se movían, que los cables de los postes dejaban sueltas las arañas plomizas de mudanza, que este perro, decía, corría por la calle mientras esquivaba paredes, que parte de su lomo fue alcanzado finalmente por una. Que dando leves quejidos propio de los perros, como hi hi hi, se había tendido en una lontananza polvorosa geológica ebullida del desmadre. Que torciendo la mirada buscó, que no la encontró, que pensó que se equivocaba, que no era así, que ya no tenía casa, que ya no tenía a quién moverle la cola, ni cómo moverla porque algo le fallaba y le dolía mucho, que él no lo entendía muy bien, que una pulga lo dejaba por inerte, que, decía, o quizás lo digo ahora, ese perro me dio mucha pena... decía... pero lo borré todo.


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