abril 05, 2011

El infierno brotando del suelo


En el corazón de la zona cero*

El teléfono negro de bomberos timbró. Eran las 10 y 27 de la mañana. El bombero Luis Julián Hernández contestó la llamada y al otro lado la voz de una niña le soltó la frase sin mayor exaltación: la alcoholera ha explotado. Cuando él le iba a pedir más detalles de lo que estaba diciendo ella colgó.

Al joven de 22 años Luis Julián no le dio tiempo de nada. Ni de dudar que la llamada era una broma. En ese mismo instante tres motos y dos patrullas de la policía de Orizaba llegaron frente a la estación, ubicada en la Prolongación Oriente 6, y gritaron lo mismo: "Explotó la alcoholera". Y se fueron. Entonces levantó la mano sobre el interruptor blanco e hizo sonar la chicharra. Era la alerta.

El primer oficial Gonzalo Manuel Ruiz se subió a la motobomba de ataque número 9. Los cuatro compañeros de turno que iban detrás de él, y que viajaban en las dos pipas que transportan agua, sintieron el miedo. Él también aunque de manera distinta. Pensó en los suyos: le llamó a su mamá y a su familia en la Sur 11 y en la colonia Guadalupe Victoria. Y es que no sabía en esos minutos la magnitud del siniestro. Tiene que ser algo monstruoso, se dijo: vio casas destruidas y gente quemada, mientras aceleraba de 120 a 140 kilómetros por hora.

Le avisaban en ese momento por la frecuencia de bomberos que las llamadas seguían llegando a la estación: ¡la alcoholera se está quemando! Esos millones de litros de combustible ardiendo deberían de ser el infierno brotando del suelo y subiendo furiosamente al cielo.

Él también hizo otra llamada: al 066 para que cortaran el flujo de los ductos de Pemex que pasan en esa zona, a una lateral de la autopista Veracruz-México. Un resguardo para evitar una desgracia todavía mayor.

Ya estaba cerca: las llamas, el humo, los coches en sentido contrario que zigzagueaban levemente, como espantados. Bajó la velocidad y se le vino una frase, como una respuesta a una duda: yo sé que a mí no me va a pasar nada. Se estacionó a un costado, junto a la autopista. Era el primer bombero que llegaba y la alcoholera bramaba.

Algo le sorprendió: los que huían y los que se acercaban al lugar: los primeros eran los involucrados y los segundos los curiosos. El terreno de la empresa está rodeado por una malla, pero los diez tanques de alcohol que arderían en el suceso no se encuentran tan lejos de esa entrada, unos 30 metros. De allí un camino de tierra de unos 20 metros a la autopista.

Al tiempo que llegaron refuerzos de otras corporaciones de bomberos de municipios cercanos como Río Blanco, Fortín y Córdoba, la lucha se incrementó. El agua no alcanzaba. No había una fuente cercana de donde pudieran obtenerla como un hidrante. Cuando los tanques, pipas de 12 mil litros, se vaciaban, había que retirarse a traer más agua de otro lugar.

El sol era implacable al paso del mediodía. Y todos los chorros de agua se iban para la boca de fuego. Quien dirigía ya las acciones era el Comandante de Bomberos de Orizaba Manuel Jiménez Cadena.

Las horas empezaron a desfilar bajo el intento desesperado y cansado de controlar las llamas. De cuclillas dirigían sus mangueras hacia más de 20 metros arriba. Pero el fuego también les perseguía por debajo: se fugaba el alcohol y se acercaba a ellos como serpientes de bengala. ¡Cuidado!, se gritaban entre los bomberos. Cuando alguien no oía había que dirigir la manguera a ese reguero mortal o dirigirse al compañero y sacarlo de ahí.

Para algunos, casi todos, era algo que nunca habían enfrentado. La tarde y rápido la noche que le sigue les dio en sus rostros empapados de agua, sudor negro, que les bajaba por la espalda, por las piernas hasta llegar a las botas. El aviso de la lluvia fue un respiro.

Los curiosos y algunos periodistas estaban desde los alrededores moviéndose tratando de encontrar una ubicación conveniente. Cuando se separaban de la planta, para descansar un momento, estaban extinguidos, deshidratados por más de 12 horas de trabajo. Alguien les trajo naranjas, alguien les alcanzaba botellas de agua. Gracias.

Luego llegaría la luz de la mañana otra vez. Ya no habían tantos espectadores, como a eso de las seis, cuando el fuego había sido controlado y se retiró hasta el último bombero, de los más de 100 que llegaron a trabajar. Todos empezarían con el recuento, quitándose sus uniformes mojados y pesados de unos 10 kilos: se miraban más flacos, como perros echados a un río.

Qué gran ayuda fue el camión escalera (escala), dijeron. La altura que alcanzó esa máquina y la espuma y agua que lograba echar desde la parte superior de los tanques, sobre todo del de un millón de litros de alcohol, fue lo que hizo lo que no podían sus manos con sus cuerpos de menos de dos metros. Otro de ellos sugirió que la lluvia fue una bendición. No tardó lo que se hubiera querido pero sí los hizo sentir como que no estaban solos, como que Dios les echaba también una mano.

Pero lo que alguien apuntó al final destapó su cólera y generó que el mismo Comandante de Bomberos, en ese momento, le mandara un reclamo encendido al encargado de la Comisión Federal de Electricidad (CFE). Pasando la media noche, casi doce horas después de iniciadas las acciones, un personal de la CFE se acercó a los bomberos para decirles que podían trabajar sin cuidado, que hace "20 minutos" la energía de los cables había sido cortada. Con el agua que estaban echando de las escaleras que casi rozaba esos cables de alta tensión ellos podrían haber sido parte de una tragedia aparte. O parte de la misma tragedia.


*Publicado en El Mundo de Córdoba y Orizaba.
Foto de Bomberos de Orizaba (Veracruz)

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