marzo 25, 2010

Adicciones de canela


Algodón dulce de canela relleno de pasas en mi boca. ¿Te gusta mucho, verdad? ¿Cuándo fue la primera vez que probaste uno?, me preguntas. Estaba en la casa de Jose cuando él llegó y le dijo a su mamá: "Mamá, ya vine... ¡Me compré Roles de canela, mamá!". Ese nombre no significaba nada para mí en ese momento, aunque advertía, claramente, que se trataba de algún tipo de postre o elemento comestible. Bolsas de compra en la mesa. Y vi esa envoltura de colores naranja con los perfectos colchones de pan horneado. Pasas... tendrían que estar dentro, porque a simple vista no aparecían.

Jose abrió la bolsa y dejó a mi alcance los roles. Me serví una bebida oscura y eché mano al postre para saber en qué consistía ese sabor que antes me había sido negado. Ummmmmmmmmm. Mmmmm. Mm. Suaaaave. Comí sólo uno, pues como en todo primer encuentro, fugaz, la impresión más poderosa va trabajando a nivel inconsciente, construyendo apurados ladrillos de necesidad en el alma de los apetitos gustativos. No hablé del tema de los roles con Jose. De hecho hasta ahora no le he comentado mi adicción.

El sabor seguía esparcido en mi memoria. Me voy a comprar esos roles de canela, surgió como plan una tarde en la oficina. El detalle era que, como jamás había visto antes el producto, no sabía dónde podría adquirirlo. Si es que acaso lo venderían en un lugar especial o, peor aun, sólo en determinadas ciudades del país, como la de Jose, y no en la que yo vivo, al fin y al cabo un lugar no muy grande, no de tiendas muy grandes.

Sólo un deseo. Nada concreto. Pero la adicción siguió permeando: haciendo más imperioso su reclamo de atención. Un domingo de compras en el supermercado inicié la búsqueda. "Roles de canela" dónde. Dónde. Dónde. Cuando encontré la bolsa, luego de una no muy dificultosa travesía de pasillos, la vi tan igualita a la que había comprado Jose a su mamá, o a él mismo, da lo mismo, tan como aquella tarde del descubrimiento: de inmediato me decepcioné un poco de mí: de mi falta de cultura alimentaria, pues el producto en cuestión tenía una marca mundialmente reconocida. Bueno, un detalle. Deposité la bolsa de pan en el carrito de las compras, no sin antes darle una apretadita pecaminosa en su blandito lomo que pronto devoraría.

Intuí bien, desde el inicio, cuál sería el perfecto acompañamiento: leche chocolatada. Una caja de un litro.

Desde ese día no he parado de comprar los roles de canela: como desayuno, como antojo de media mañana, mediodía, de comida, de cena, ¡hum!, sin duda la mejor hora mientras pierdo la vida complacientemente frente al televisor viendo Los Simpson. Comer los roles tiene la particularidad de ensuciarte los dedos de una delgada capa de miel que no se ve, del dulce supongo, donde también se adhieren fajas diminutas del pan, y que obliga a chuparte los dedos una y otra vez.
Mientras estés en mi boca nada malo puede estar ocurriendo alrededor.

-¿Y te gustan los glaseados?
-No, ésos no.

marzo 19, 2010

Un lugar...



Se acumularon una a una las palabras, y como no había donde poner tantas, las envió a un lugar inmenso: donde se encontrarían todas, y ninguna se perdería en la exacta armonía con que va una detrás de otra, guiadas por su mano sigilosa de la música que amanece de noche, y que canta junto a los pájaros locos y ebrios, ebrios... y donde también saltan sobre ellas mismas, vivas, como conejitos... quizás un lugar llamado Thar.

toooooooooooooooooooooóoodas las palabras


marzo 16, 2010

Detrás de la puerta

De pronto una célula se rebeló

Detrás de la puerta de madera no se oye nada. No hay respuesta. Los golpes se han perdido en el aparente vacío que lo come todo. Rosa María no está en casa, es la primera deducción lógica. Ella llega. Lleva de la mano a una niña de siete años. Es su sobrina. A las dos les da el sol en todo el rostro y no deja surcos para las sombras. Es tan fuerte su luz. Rosa María luego empieza a hablar, contar su historia, y todo tiene un sentido: su ausencia, la niña a la mano y el esplendor solar: quien, como ella, ha superado la enfermedad que carcome el cuerpo, valora la vida de una forma especial. Si uno la visita, es más probable no encontrarla encerrada en el hogar. Vive con plenitud. Trae a su sobrina de la escuela. Se baña con agua temprano. Sale a la calle para bañarse con el aire y las personas. La vida.

"Tengo 52 años. Hace 17 me detectaron cáncer. Yo nunca me había hecho el papanicolau. Al tener relaciones con mi esposo empecé a tener síntomas de sangrado y me espanté. Fuimos a ver al doctor y él dijo que estaba mal. Cáncer de matriz. Gracias a Dios salí adelante. Me mandaron a Xalapa a hacerme radiaciones, estuve allá seis semanas".

Luego de ese tiempo regresó a casa para navidad. Tenía temperatura alta. No vio por la ventana del autobús que la trajo de vuelta más que el reflejo de su rostro desencajado. Sus hijos la recibieron atentos, le dijeron que podrían hacer algo especial. "No tengo ganas de hacer nada", les había respondido. Pero a Rosa María la visitaron más familiares. Entonces no pudo negarse a reunirse con todos ellos. Esa noche buena de diciembre se sintió mejor. "La familia te hace salir adelante. He conocido casos en los que la familia no apoya y la persona se va, fallece. Si, por ejemplo, el cáncer fue de mama, y le quitaron un seno, el marido ya no quiere estar con ella. La deja. Muchas murieron por falta de apoyo", dice ella que también recuerda lo que ocurrió con su pareja al enterarse del tumor que tenía ella dentro. Mientras el doctor daba el diagnostico con palabras comprensivas, edulcorando la tragedia, ella pensaba en su esposo, que, a su costado, y en silencio, escuchaba al especialista. A ella le entró miedo. ¿Me abandonará?, pensó.

Apenas dejaron el consultorio, dieron unos pasos cortos, él la miró y le dijo, quizás intuyendo su temor: "No va a pasar nada de eso. Porque lo que yo quiero es que tú estés bien. Lo demás no importa".

A Rosa María la suelen visitar personas que sufren la enfermedad. "Uno no sabe, como dice el dicho, el fondo de la olla, nomás la cuchara. Hay que ver los sentimientos hasta dónde están", reflexiona para referirse a algo que aprendió: cree casi firmemente que el cáncer está relacionado con los rencores y miedos que guarda el corazón. Con los odios negruzcos que pueblan el alma de resentimientos. Lo leyó en el libro Tú puedes sanar tu vida de Louise L. Hay. "Te pones a analizar tu vida y te das cuenta que a lo mejor es cierto", piensa ella, que ha aplicado esa lección. Cree también que no tiene que preocuparse por el mañana: "Vivo el hoy. Antes yo era de las que se angustiaba si al día siguiente no tengo qué comer, ahora no. Ya mañana Dios sabrá. Dios proveerá", proclama mientras la niña, su sobrina, hace bulla imaginando algún juego. Los chillidos infantiles hacen que su voz se confunda. Rosa María la regaña un poco y le dice que no grite. Pero la niña está muy concentrada en la fantasía lúdica y no hace caso. Rosa María llama a la madre de la niña, su hermana. La casa no estaba sola. Había alguien que desciende lentamente las escaleras, deteniéndose en el rellano, como pensando en la posibilidad del próximo paso. Se le ve profundamente triste. Con un abatimiento que desborda la piel y un laxitud que adormece los sentidos. Rosa María cuenta que su hermana tiene cáncer y está dando la lucha actualmente.

A Rosa María ya no le gusta el brócoli. "Al inicio de la enfermedad me recomendaron que lo consumiera bastante. Ahora no lo paso. Los mismos medicamentos hacen que dejes de comer varias cosas", apunta. Lo mismo sucede con el agua de jamaica. Su color rojo le recuerda algún medicamento de la quimioterapia. Le da asco.

Estuvo ocho años en tratamiento. Desde que detectaron el tumor como un jitomate rojo grande y abierto hasta que las células cancerígenas fueron siendo eliminadas. ¿Por qué le dio a ella la enfermedad? Por descuido, quizás, por no realizar revisiones de salud antes; porque en la familia murieron dos tías de cáncer, tal vez; por la alimentación occidental inadecuada, quién sabe. "No, eso no, mi mamá siempre fue la que nos dio verduras y todo eso que es sano". El mal no tiene un origen comprobado. Le puede dar a cualquiera. Rosa María vio en Xalapa, cuando recibía el tratamiento de radicación, a niños de un año, dos años que estaban allí por lo mismo. Algunos tenían el tumor en sus diminutas cabezas. "Se sufre mucho. Al sentir todo lo que uno puede percibir en el ambiente que genera esta enfermedad. Es realmente deprimente. Pero es necesario no dejarse vencer. Si uno se siente solo, hay que buscar personas. Tantas cosas que uno puede hacer, dibujar, pintar, todo eso ayuda. Y lo más importante es tener fe", afirma Rosa María, que le infunde esa fortaleza a su hermana. La niña juega con la pierna de la madre, mientras ella le acomoda el cabello lacio. Dice que es el 'motorcito' que la está impulsando a seguir.

marzo 09, 2010

Un bolero y un taco



"Quiero gozar esta vida teniéndote cerca de mí hasta que muera..."

Recorrió las costas de Veracruz cantando con un grupo de amigos. Hicieron dinero suficiente para ir viajando. Cuando varios o casi todo el grupo se fue muriendo, porque le entraron muy en serio al hábito de beber licores o porque se enfermaron, él quedó solo, cantando en restaurantes de noche. Llevando la guitarra con los dedos callosos y las uñas gruesísimas.

Elías Corona ha tenido el gesto de aceptar compartir la mesa de tacos conmigo. Hablamos de música, de boleros, de Toña La Negra, de "Llora guitarra", de "Ódiame"... de Leo Marín, de una de mis canciones preferidas: "Amar y vivir"... No recuerdo en qué momento de la plática salió el nombre de Luis Miguel. Dijo don Elías que ése se había hecho famoso cantando boleros... Le dije que lo iba a subir a YouTube y que lo iba a volver más famoso que a Luis Miguel. Nos reimos...

marzo 02, 2010

Vive en la calle y allí se quiere quedar

Es una persona libre. No se preocupa por bañarse ni peinarse en la mañana. No lava su ropa nunca. No se la cambia nunca. No le debe a nadie. La gente piensa que él está loco. Algunos le han puesto el sobrenombre de "Einstein", por el cabello cano, alborotado y su aspecto completamente desaliñado. Pero la gente ignora que él puede mantener una conversación inteligente. Y, a lo contrario de loco, su manera de vivir no es inadecuada, sino simplemente diferente.
¿No le importaría salir en el diario?: "No, mientras no salga yo en la parte de policiaca o en cosas negativas".
Su nombre es Cástulo Colorado Zacahuila. Tiene 77 años. Vive en la calle desde hace 30 años. Alguna vez tuvo familia. Dice que su padre era sacristán de la Iglesia. Pero un día murió por una embolia cerebral. Otro día murió su mamá. Desde que eso ocurrió empezó a vivir en la calle. Ya lleva 30 años allí. Es una extensión humana del concreto duro de la ciudad.
¿Estos días que el frío ha sido cruel, no la ha pasado mal?: "Me dieron una cobija gruesa y tengo ésta más ligera". Cuenta que varias personas se han acercado para querer ayudarlo, pero él no está acostumbrado a vivir encerrado. Para comer tiene que caminar.
¿Tiene amigos? "No". ¿Usted quiere a alguien? "No. Si entre familias, que yo leo en el periódico, hay distanciamientos, hay pleitos... yo esas cosas no quiero".
¿Alguna vez amó a alguien?: "Para hacer amistad con otra persona hay que saber que uno entra en acción con esa persona. No sabes si anda en malos pasos, o si esa persona tiene otras cosas pendientes. No sabe uno qué costumbres tiene otra persona. No, mejor uno solo".
¿Qué tipo de sueños tiene usted?: "Nosotros no soñamos nada". ¿Hay algo que quiera hacer en la vida, quizás viajar?: "No. Porque yo soy de Córdoba. No he caminado en otros lugares. Y tengo muchos conocidos aquí. Hasta para comer. Me dan de comer. Como me conocen, no desconfían de mí".
La otra mañana tuvo una caía en la calle. Dice que de pronto tuvo un mareo. Fue atendido por personal de la Cruz Roja. Cuando le curaron sus heridas en la frente, lo dejaron irse. Rumbo a la calle. Es una persona tranquila. Aunque si alguien se mete con él, tiene que defenderse. Personas agradables y generosas como Pascual Esquivel se han acercado para conocer su situación y ver en qué lo pueden ayudar.
¿Pero si le dieran comida en un lugar y lo atenderían a usted, lo cuidaran, lo aceptaría?: "Creo yo que causaría mucha molestia. Ya me acostumbré a vivir así, 30 años: Es como la canción de Javier Solis: "quiero morirme solo, sin molestar a nadie".


Todos los días leía el diario, un día salió en el diario





marzo 01, 2010

Luna que trae el viento

El viento corría por los pasillos de mi nueva casa. Y su silbido atravesando ventanas, subiéndose por los muebles y estrellándose en las paredes me despertó. Era de madrugada. Poco más de las tres de la mañana. No he dormido bien estos días, así que tenía que remediar el asunto para poder descansar con decencia como seguramente descansan los cocodrilos y los hipopótamos cuando la luna les da de lleno en sus rostros arrugados y rechonchos, respectivamente. Me levanté con el propósito de cerrar las ventanas del baño donde suponía se colaba el aire. Lo sentí caliente en mi cara y espeso por los granos de tierra. Tuve un deseo tenue de salir. Primero la sed. Caminé descalzo hasta la cocina. Abrí la refrigeradora, cogí un vaso y serví un concentrado de melocotones. Esta vez me acerqué a la ventana de la cocina. Vi la luna. Me sentí advertido: estás en comunión con el universo.