febrero 19, 2009

Mi abuelita Antonia



Hoy mi abuelita Antonia me ha enviado un mensaje al celular. Yo nunca había tenido una abuelita. Es decir, sí las tuve, pero ellas, las dos, se murieron antes de que mis ojos pudieran conocerlas. Se las llevaron de mí.

Pienso en la familia. Y he recordado las palabras del escritor Jorge Salazar en la entrevista que le hice hace unos años para la revista Impresión. Decía él: "...aprendí muchas cosas en la vida personal: que la familia no es necesariamente la gente que más te quiere o más te comprende. Aprendí que la familia es accidental y que los verdaderos hermanos, la verdadera familia es producto de afinidades espirituales, de coincidencias y querer."

Me gusta pensar en las afinidades. Uno también hace de su familia a ciertas personas que estima profundamente. Como dijo Salazar es una coincidencia grata de quereres y gustos. Una preferencia. Una dedicación que nada y nadie exige. No viene de un contrato social o humano, no le pide a la moral, nace de la libre imposición de dos cuerpos y dos almas que se extrañan cuando le falta la una a la otra.

Aveces un amigo se hace parte de tu familia. Otras veces alguien llega a tu vida, y al otro día comparten una mesa, una película y una bebida. Las tardes. Y de pronto conoces sus pesadillas que hablan en el cuarto de junto. Y te da miedo despertarle y ¡cómo le llamas!... qué le dices...

Hoy mi abuelita me alegra el día. No he dejado de mencionarla. Tenía que escribirlo. Y pensar en cada una de las personas que conforman mi familia.

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