agosto 28, 2012

Amor, si te tengo que esperar

Esperaron a que ella fuera viuda para finalmente casarse. Isabel Barrios García y Catarino García Esquela tuvieron su boda en La Catedral, él con saco y corbata, impecable, y ella vestida de blanco, con velo, hermosa, a la edad de 77 y 79 años, respectivamente.
"Es una historia muy complicada", resuelve Isabel antes de animarse a platicar los entretelones de su vida sentimental que se parece a la novela de Gabriel García Márquez "El amor en los tiempos del cólera": un apego amoroso que duró toda una vida, y que no se extingue en el otoño de la vejez, sino que se enciende por fin, después de tanta espera.
El 15 de octubre la pareja cumplirá un año de casados ante Dios. Luego de que en esa fecha se pararan, tomados de la mano, en el altar, junto a otras 9 parejas, en los matrimonios colectivos que organiza el municipio.
Ese día, acabada la ceremonia, salieron de la Catedral, con la algarabía de los familiares, las flores, la risa, la ilusión, y se fueron en taxi rojo y blanco rumbo a Agustín Millán, a su casa de madera: donde en el patio se había armado un toldo, y hubo una mesa donde se comió, se partió el pastel y se tomaron unas cervezas.
Luego Isabel y Catarino bailaron el vals de rigor, a la vista de sus dos hijos y ocho nietos. Además de otros parientes y vecinos: todos contentos. Él recordaría todo lo que tuvo que esperar (pasar) para finalmente casarse con la mujer que siempre amó.
Aunque ambos nacieron en Calcahualco, otra comunidad ubicada en el mismo Estado de Veracruz, no fue allí donde se conocieron. Su encuentro tendría que esperar.
...
Isabel era una jovencita cuando a la edad de 15 años sus padres, Ausencio Barrios y Leonor García, la comprometieron con un hombre que ella no conocía bien.
"Así se acostumbraba en esa época, una no elegía, los padres elegían por ti", cuenta. Ya de noche, llegó a la casa de la familia Barrios García un joven de 18 años: Granadino Espejo. El papá de éste le dijo a don Ausencio: "Venimos a pedir la mano de tu hija. Te hemos traído estos presentes". Pusieron en frente una botella de ron, panes y dulces en canastos.
"Pues ya te vinieron a pedir, Isabel, ahora te vas a tener que levantar más temprano", recuerda Isabel que le había dicho su mamá. Se casaron.
"Fue una boda muy triste. No teníamos muchos recursos. Recuerdo que estaba descalza, porque las sandalias no me entraban, y había que caminar mucho". Tuvieron algunos hijos, todos se murieron "chiquitos". "Pero es que nunca lo amé. Nunca nos amamos bien", dice.
Vinieron a vivir a Córdoba, Veracruz. Fue aquí donde conoció a Catarino a la edad de 24 años. En la calle, caminando. Dice que él se ofreció a ayudarla a cargar algo que ella llevaba encima. "Nos gustamos. Me agarró el modo, y yo le agarré el modo", narra.
Un tiempo después de ese encuentro, Isabel huyó de casa. ¿Se la raptó Catarino? "No, porque yo también quería", replica. Se fueron de día, con mucha luz. Isabel no hizo maletas, no cogió nada. "Qué más quería, me iba yo, eso era suficiente".
¿Y él, su esposo, no la persiguió? Isabel dibuja una sonrisa de mujer adolescente que esconde un secreto. "No podía... Nos fuimos bien lejos", asegura, sin revelar el lugar, mirando al pasado.
Tuvieron dos hijos: un varón y una mujer. Pero con los años llegaron a separarse. Ella regresó a Calcahualco. Él se quedó en Córdoba y se casó. Hace unos 20 años que enviudó y se fue a buscarla a ella otra vez.
"En ese tiempo no teníamos nada. Nos veíamos como una amistad. ¿Qué piensas si te vas conmigo?, me dijo. Pues ya tenemos los hijos, ahora podemos estar juntos, ya teníamos tiempo que nos conocíamos: yo sabía su modo y él mi modo", explica.
Isabel aceptó. Luego Catarino le propuso matrimonio: "Me alegré. Porque ahora sí vamos a estar en la bendición de Diosito, antes que vaya a encontrarme con mis papases (que ya murieron). Pero a pesar de que él era viudo, todavía el esposo de Isabel estaba vivo.
Hace dos años que murió Granadino. El año pasado por fin Isabel y Catarino pudieron casarse. Casi ambos a los 80 años. Ella se mandó a hacer un vestido blanco con el costurero del pueblo. Las mangas cortas, abajo no tenía que chocar el piso, con su velo.
"Cuando me muera ya les dije que me pongan este vestido. Va a ser mi mortaja", indica la anciana. Dice que el día de su boda fue el más feliz de su vida. A comparación de la primera vez, ahora sí iba enamorada al altar. "Y esa vez no estuve con vestido blanco, sino con un reboso".
¿Qué se siente casarse a esta edad?: "Da hasta tristeza, de tanta alegría".

3 comentarios:

la MaLquEridA dijo...

Que bonita historia pueblerina.

La Maquinista Yey★ dijo...

Definitivo, el amor en los tiempos de cólera... pero en Córdoba...

El Eskimal dijo...

Una historia genial, como para escribir una novela Freddy, a ver si te animas. Esta frase me gustó un buen:

"Da hasta tristeza, de tanta alegría".