octubre 07, 2008

¡Taxi!



Llegar a un lugar desconocido es una aventura. No sabes qué es aquí, qué hay más allá. Las calles te son ajenas, las direcciones novedosas, los autos sin sentido se te van a la nada. Es como empezar grietas en el universo. No sé si esto es claro. Me refiero a un mundo nuevo que a cada tramo se abre a tus ojos. A la vuelta de la esquina unos huecos grandes llenos de agua del cielo encharcada te dan su luz. No se espante encontrar un caballo amarillo gigante.

Estas pequeñas conquistas personales en el mundo están acompañadas de un personaje: el taxista. Hoy pienso en ellos pues me he topado con un gracioso. Le doy la dirección y el coche va por otro rumbo. Lo sé porque nos hemos detenido a preguntar -a petinción mía- y la amable señora que nos orienta dice que estamos lejos del lugar al que pretendo llegar. La lacra que está a mi costado tiene una cara de embustero distraido arremangando el orificio sur en ensayo de un plácido silencio. Llamo por teléfono. Le dan las indicaciones que no puede desconocer. Arranca.

-¿Estaba lejos no?- le comento con sarcasmo. Él no lo entiende.
-Sí, y por aquí no pasa mucho taxi.
-O sea que va estar difícil salir.
-Si quieres te doy mi teléfono y me llamas cuando sales.
-A ver.

Me da su nombre. Agrego la "m".

Al menos es bueno saber que esta especie no abunda. La mayoría son de otra clase. Algunos de ellos mis amigos y cada vez que viajo llamo a uno especialmente. Tiene salsa selecta en su unidad. Por él conocí a los Diablos Locos. Ahora escucho esa música y ya no me acuerdo de...

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