Nos habíamos refugiado en la casa de Dios, me dijo. Temiendo
por nuestra vida, buscamos seguridad bajo el techo sagrado de la iglesia de
Bojayá, departamento de Choco (2002). Ya no cabía nadie más ahí, así decía.
Estábamos todos juntos, pegados, cuerpo a cuerpo, oyendo nuestras respiraciones.
Podíamos ver a los paramilitares de las Autodefensas Unidas de Colombia por la
ventana, querían entrar, pero bien claro les dijimos que allí sólo estábamos civiles.
Ellos se paseaban como lobos observando, haciendo burlas de vez en cuando, tal
vez también por miedo.
Cuando súbitamente oímos como una detonación y los vimos a
ellos correr, a los paramilitares, a nosotros no nos dio tiempo de nada, no
podíamos, fue como un sacudón, sentimos como una corriente honda de terror. De
pronto del cielo se abrió el infierno.
Luego supe que no se levantaron oficialmente los muertos
debido a la ausencia de autoridades. No velorios, algunos no les alcanzaba ni
para eso, no quedó nada más que pegotes llenos de sangre en trozos deformes de cemento, carne destrozada,
murieron unas 100 personas ese día, en el templo, niños incluidos, otros 80
fueron heridos por el cilindro-bomba que habían lanzado los de la guerrilla a
los paramilitares, pero nos dieron a nosotros.
¿En qué momento tu vecino, tu compatriota, decide tirar una
bomba a una iglesia repleta de personas? ¿Qué le pasó a Colombia? ¿Cuándo
empezó todo esto? El 9 de abril de 1948 fue asesinado en Bogotá el jefe liberal
Jorge Eliécer Gaitán, político y jurista colombiano, alcalde en 1936, ministro
(Educación en 1940 y Trabajo en 1944), congresista y candidato presidente del
Partido Liberal a la Presidencia de la República para el período 1946-1950. Su
asesinato en Bogotá produjo enormes protestas populares. Era conocido como La
esperanza del pueblo. Es el contexto de la Guerra Fría, de la imposición de un
modelo por el otro.
Sus ideas: ir contra un Gobierno opresor y corrupto, acusado
de masacres en la zona bananera y que él como diputado denunció. El Ejército
mató sindicalistas. Los conservadores, partido en el poder, veían en Eliécer
Gaitán un peligro para sus intereses. Su posición política en favor de los más
pobres, los que tenían hambre. Su muerte provocó una insurrección popular en
todo el país. Este hecho dividió en dos la historia de Colombia, y también
representa uno de los ejes para entender el conflicto armado: el no ejercicio
libre de la participación política. La vulneración histórica del derecho
fundamental a la participación política: que pervierte el desarrollo de la
democracia.
Un Estado ausente en el interior del país, tierras en disputa,
intereses, capitales que ingresan y conflicto agrario. Campesinos desposeídos.
La violencia de este suceso traumático de una Colombia que no podía expresarse
políticamente sino a través de la fuerza, y luego la consolidación de grupos
armados, de las guerrillas, de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia,
FARC.
Enfrentamientos y luego el narcotráfico que inyectó de dinero
y codicia la guerra. La violencia se alimentó. Es por este dinero ilegal que
nacen los grupos paramilitares, ejércitos privados a sueldo para matar y
generar terror. Y aquí se evidencia uno de los problemas que vive Colombia y
los países de América Latina, en general: la corrupción. Y también tuvo un
efecto cultural, moralmente el país decayó, una ruta fácil de ganar dinero, la
violencia se volvió la moneda. La guerra se queda.
Otros que ni siquiera querían entrarle pero son obligados.
Reclutados. Y si a uno le matan a un hermano, quiere vengarse y la opción es
también morir para tener un futuro. ¡Aquí no hay inocentes!, diría Fernando
Vallejo, el escritor que ha convertido el dolor en rabia, pero sí hay grandes
culpables. Negocios rentables. Militares, empresarios, políticos reunidos en la
Finca 21 en la cumbre de las Autodefensas. Alianzas y acuerdos para arreglar a
los candidatos. En abril de 2008 unos 40 parlamentarios fueron detenidos. Mario
Uribe, familiar, de sangre, más cercano al Presidente también es señalado.
¿Cómo se mata, cómo se desaparece a las personas? Cada crimen,
cada masacre, cada uno. Violaciones. Decapitaciones. ¡Muertos a machete, a
garrote, para matizar el olor a pólvora! Sangre, mucha sangre. Es el terrorismo
de los paramilitares. El terrorismo de las FARC, del Estado a través de sus
Fuerzas Armadas a la orden, otra vez. Otra vez.
Negación. Cada vez más un país fragmentado. Lugares donde el
Estado es fallido, territorios liberados… ¿liberados de qué? De la autoridad,
donde gobierna el que trae el arma y la amenaza de muerte en la boca. Comunidades
nativas, campesinas, desplazadas, aniquiladas, la ciudad vive su propia
barbarie, el narco se envilece, se hace espectacular, generoso también con los
pobres y se financia más muerte en el campo.
Los intentos de solución llegan hasta el llamado proceso de
Justicia y Paz. Se registran cada uno de los muertos, las masacres… ¿Cuántos
son los muertos? ¿Cuántos los desaparecidos? ¿En dónde están? ¿En los hornos? A
otros los rodaban al río, al vacío. ¿Por qué a algunos los desaparecen? Que si se
les das muerte, y los muestras, es para que los vean. Si no se quiere que el
muertito se conozca, se le desaparece. Eso dijo un versionado.
A cada nombre la presión aumenta. Matan a las víctimas, a los
que vinieron a hablar por los suyos, a los que se alzan con el grito de Justicia,
Yolanda Izquierdo, pum, como antes. ¡Eso no es justo! Basta, ya. Los
desmovilizados y luego liberados vuelven a matar. Más de 20 grupos
paramilitares. ¡Mataron a los que hacían paros! ¡A los sindicalistas bananeros!
Es un serpentario de muertos. Y los que tienen que dar explicaciones, los jefes
paramilitares son extraditados a Estados Unidos, por narcotráfico, se prefiere
eso: llevárselos por esos delitos y no en Colombia a responder por los muertos
del pueblo.
La acumulación continúa, las presiones, más muertos, las amenazas,
las ejecuciones. Contra los familiares de los paramilitares extraditados, los
magistrados, las organizaciones de víctimas, los funcionarios por la paz, los
defensores de derechos humanos, los periodistas independientes. No, la violencia
no se detiene. ¿Hasta cuándo?