noviembre 21, 2013

Los hombres dentro de la radio




Levantó la radio de la mesa de noche. Con suma cautela puso la locoroca en el suelo, mientras se echaba en él, panza abajo, cabeza levantada, manos reconcentradas: al otro lado de la habitación mamá asaba unos plátanos maduros. 
Todos en casa conversaban al ritmo de las ollas y las gotas de lluvia, que se estrellaban contra las paredes en las noches como ésta. Uno no sabía de dónde venía tanta agua. Qué calor. Estaba decidido a descubrir el mundo y saber quiénes eran esos hombrecitos que cantaban dentro de la radio.
Era singular el asunto, porque sólo unos hombres muy pequeños podían entrar en la radio. El olor del plátano casi frito condenaba a toda su familia al rito de la comida. Era el momento perfecto para acudir al valor, para descubrir en bien de las fuerzas que dominan este mundo quiénes eran los que cantaban dentro de la radio. Él era el héroe, tenía que hacerlo.
Capitán también estaba distraído, siempre moviendo la cola se había detenido al pie de su madre. Ahí nomás casi junto a sus sandalias, de rato en rato lamiendo los dedos que se derramaban como cocos de los árboles. 

Tenía ya la radio en sus manos. Nadie se atreve a intentarlo. Yo lo voy a descubrir ahora mismo, se decía. Lo hago porque lo hago. Y lo hago. "Dicen que la distancia es el olvido, pero yo no..." cantaba la voz que salía de la radio. La puso de cabeza. Dio vueltas a los tornillos. Rápido. Los ordenó de la misma forma que los había sacado, uno seguido de otro en idéntica distribución espacial, como la radio, como para saber dónde iba cada uno al momento de volver a armar el aparato.
Cuando todos los tornillos estuvieron afuera, se quedó quieto, el ansia le pedía, muévete, muévete, pero el deslumbramiento final del secreto a punto de ser revelado lo inmovilizaba. No pudo más, tenía que saberlo. Separó con mucho cuidado ambas partes de la radio, no se le fueran a caer alguno de los hombrecitos que allí dentro estaban. Eso le intranquillizaba: porque si se le caía uno de ellos no sabría en qué emisora colocarlo. En dónde iría, cómo se quedaría. Y abrió lo más que pudo. Buscó. Sacudió un poco, despacito. Nada. La radio estaba abierta. Seguían cantando, pero no se les veía dónde estaban. Se quedó mirando hasta que fue la hora de comer.