agosto 24, 2010

No consumo pastillas





Una historia en busca del sueño

No consumo pastillas. Nada de medicamentos. Tengo la idea firme de que no me sirven y que, si algún mal me acomete, soy perfectamente capaz de sobreponerme de él por mi propia cuenta. La gripe, algo común, ha empezado a retroceder: lo que podrían ser unos tres, cuatro, cinco días de malestar, se reduce a uno solo. Tengo el mal en mi cuerpo, pero me voy a la cama con la convicción de que al día siguiente estaré puesto para las actividades diarias, con la energía de siempre: para confirmar esto, suelo, en esos casos, levantarme más temprano, bañarme con agua fría y salir a la calle para que el aire me dé de lleno. Luego ya he olvidado el asunto.

Todo el tema de la venta de antibióticos sólo con receta médica me parece extraño. No me veo en la farmacia comprando antibióticos. Tengo vagamente la idea de que sirven para una infección, algún dolor, no lo sé. Y claro que los he utilizado alguna vez; pero esto ha sido porque me ocurría algo grave, como cuando he sido operado. Y esto lo supongo: no reparo con detenimiento en los medicamentos que receta el doctor. Los compro y los ingiero porque él lo dice. Si los días en que tengo que tomar la fórmula exceden en lo que aparentemente se ha completado mi restablecimiento, a mi parecer, entonces me da flojera continuar la prescripción, veo en ello una inutilidad: mi organismo ha utilizado lo suficiente para arremeter con sus propios medios en pro de la cura global. La tableta se va al tacho de la basura.

Ella tiene una cajita especial para todos los medicamentos que se mete. Los compartimentos, diminutos, son abiertos según el requerimiento por sus delgados dedos, luego cubiertos de algún anillo de colores, luego la muñeca de pulseras de diversos materiales, luego el brazo con el brazalete de plata. Una de esas pastillas le ayuda a mitigar algún tipo de ansiedad. Yo que le tengo indiferencia absoluta a este tipo de ingestiones, le digo a ella que quiero una porque deseo sentir lo que ella está sintiendo. Quiero acercarme. Compartir algo. Pero ella tiene que salir esa noche: me deja la aventura de forma solitaria. Si quieres, dice. Acepto. Envolvemos juntos la pequeña pastilla que ella ha partido a la mitad. Entera sería demasiado. Tómala antes de dormir, me instruye. Dormirás plácidamente. Solo eso: no va a ocurrir nada más. Con la promesa de un sueño provocado e intenso me voy a casa. Leo un libro, antes de acostarme. Recuerdo el papel arrugado y su contenido. Lo busco. Hay una botella de agua a la mano, así que le doy un buen sorbo. Sigo leyendo. No consigo el abatimiento que precede al sueño. No creo en la pastilla. Ella no cree en mí. Dejo el libro sobre la mesa en la página 377. Me gustan los números impares.

En la cama el sueño no acude. Hago cálculos de las actividades del día siguiente. Me aburren. Vuelvo sobre las actividades del día anterior. Me entristecen. Creo nuveas actividades que consisten, en este caso, en descender a un compartimento secreto, debajo de mi cama, repleto de billetes de distintas denominaciones y ordenados en cajas: soy libre de tomar los que quiera y luego salir a comprar como idiota. Me decepciona. Cuando era niño era de lo más divertido... El tiempo pasa. No duermo según la indicación y los efectos esperados. Me digo a mí mismo que eso no ha funcionado. Se acabó. Doy una vuelta hacia la izquierda. Pienso en ella. Me quedo profundamente dormido.

agosto 21, 2010

Estancia en la historia de una ciudad mexicana



¿Qué pensaste cuando llegaste a Córdoba?, me pregunta Karla Bonastre. Retrocedo un par de años y lo que encuentro no es la ciudad en sí, sino un grupo de personas que estaban gritando de alegría cuando llegué. Parte del protocolo de la organización internacional que me recibía (Aiesec) o ejercicio expontáneo: se siente bien llegar a un lugar y que te reciban con un cartel pintado a mano que dice "Bienvenido". La ciudad y lo que la dibuja pasó a un segundo plano.

Tiempo después me pidieron que la graficara para el diario en el que trabajo. Y aunque seguramente filtré algunas de mis impresiones personales -obvio- intenté hacer una radiografía limpia de lo que realmente es. El texto fue introducido en una cápsula del tiempo que será abierta en 25 años. Eso dijeron. La idea me pareció curiosa e imaginé que en ese tiempo futuro alguien tomaría el diario de ese 5 de febrero de 2010 y leería lo que había puesto. Qué pretencioso. Lo cierto es que me siento honrado de que hayan confiado en mí para esa labor. La "Córdoba de hoy" estará perdida dentro de un cúmulo de textos elaborados por el personal de El Mundo de Córdoba. Lo valioso es el conjunto y todos los que idearon e hicieron posible una edición digna de ser leída con atención allá en el 2035. La verdad yo hubiera preferido que abrieran esa bóveda subterránea en el 2060, algo así. Unos 50 años después. Aunque supongo que el cálculo político hizo que alguien esperara ser invitado a tal ceremonia de apertura. Y pues haciendo las cuentas: unos 25 años sí acomoda en un traje impoluto que se movilice para los honores... Palmaditas por aquí y por allá. A mí lo que congratulará es que alguien me lea -puro y fino interés del que escribe- y que se pregunte: y quién es éste: allí, en esa curiosidad de un cordobés que no espera conocerme ni ponerse a la tarea de mi búsqueda -su sola pronunciación a mi ser me satisface-, habrá de hacer que surja un pequeño cosquilleo en la oreja derecha que cargo todos los días. A la distancia sufriré una evocación.

Cuando estoy a punto de alejarme de Córdoba dejo con nostalgia los pendientes con vivos y muertos personajes estigmatizados por la cultura y la poesía. La ciudad no es grande pero escondida, quizás por el horizonte que se pierde en sus lomas y que entorpece y ciega, hay una promesa de belleza que se basa en dos circunstacias: un amor a su tierra o una cultivación personal que aprecia su entorno y de él se enriquece. En ambos casos hay una lista -apenas la estoy descubriendo- de personas extraordinarias: por su generosidad, inteligencia, cultura y -esto es lo que más me emociona- sensibilidad poética.

Quizás no les suenen un Miguel Capistrán o un don Luis Sainz. Ni tampoco se enteraron de lo que fueron una Rosita Galán o un Jorge Cuesta. Hay allí una tarea. Córdoba -y se le sale a uno lo crítico- tendría que fortalecerse en su cultura. Una fortaleza que le es propia por el momento histórico de ser cuna de la Independencia de México. Cuando un mexicano del norte, por decir algo, quiera irse al sur y ponga sus ojos en la Ciudad de los Treinta Caballeros dirá que se va al lugar donde nace México con una firma precisa. El papel es el punto. Y si ello ocurrió -así, en ese instante- no por la sangre sino por la tinta: ¿en qué espacio propicio se erige Córdoba? ¿Qué se espera de ella por la trama histórica? ¿Qué debería cubrirla y caracterizarla? ¿Fue una coincidencia? ¿Y nada más?

Poca, nula... esta palabra es más exacta: fantasma. Fantasma es la cultura hoy en Córdoba. Aquí vivo ahora y en este tiempo. Y cuando uno toma distancia -como ahora me ocurre- se le viene pensar en ella. Actividad exclusiva que sugiere en lo mínimo un inquieto interés. Un aprecio y reconocimiento. Un sentimiento más elevado tiende a emanar evidencia. Me atengo.

agosto 07, 2010

Manifiesto de presencia

Cada vez que te pienso se crea un punto en el Universo. Mis investigaciones últimas sobre él me dicen que en el plano de las ideas se pueden acumular nuevas fracciones de realidad con implicaciones desconocidas. Las conexiones -todavía inaccesibles hasta en el plano de los sueños, y me refiero a éste, porque es donde he encontrado mayores esperanzas- por su naturaleza misma ofrecerían una afectación de consecuencia. El Universo anda literalmente por todas partes. Si encuentras el vacío, podrías coger una punta, como tapete, y descubrirle un trailer de frutas. Que se desdobla, que es escurre como agua, que se mete en agujeros, que es lo mismo pero en distintas versiones. Tú te reflejas con una llameante intensidad en privilegiados espejos cósmicos. Te pronuncio y lanzo copias de ti a los acantilados inversos, a ésos que les crecen plantas que son unas estilistas en su movimiento de búsqueda del Sol. Creo que les alimentas de ánimo. Donde canta en apariencia un pájaro que nadie conoce, no incluido en las enciclopedias, y que la gente confunde también con los jugueteos del viento silbando sobre los tejados, es, lo ignoran, una recreación sonora de cómo te extraño: en distintas notas. La lluvia, qué farsa: un rey conmocionado. Si alguien cree ver objetos atípicos tripulados en el cielo, se sorprendería debajo de mis islotes de ideas conjuntas, enredadas y de la mano. Los idiotas niegan ver esta presencia, y se ufanan con grandilocuencia repetitiva en explicaciones apuradas en la ciencia de la "lógica". Una noche no es igual a la que le precede. Se parecen, es cierto, pero no acostumbro repetir la tibieza lírica de tu cuello dormido. Si me fijas, me encuentras. Si no me nombras, juego a la semana sobre un par de zapatos. Estoy perdido.
No me incomoda mi falta de ecología estelar de los espacios. Antes, y en contraparte, se diría que soy un promotor de la belleza de tu espíritu. Tendrían que sacarme las tripas, estirarlas y hacer de ellas cadenas que cuelgan de alambrados oxidados, que se decoloran, que se cae una y se cayeron todas, no, las mías no, las mías impregnadas de ti, reirían a carcajadas y le harían la fiesta a cualquiera. Siempre: y hasta con banda oficial. Aunque suene a un absolutismo irracional no me veo en otra configuración del orden que no sea ésta. Cuanto más me acerco a la idea primera, he de tener los caminos abiertos, las llaves en las puertas. Tú estás en las sombras.

Córdoba, México. Agosto de 2010.