julio 20, 2009

La otra mirada




Una explicación es la siguiente: nada me convence. Es mejor aprender a mirar en la oscuridad. Afilar mi consciencia.

Sueño abundantemente.

Sueño que me saludan, y que inmediatamente preguntan cómo estoy. Bien, aseguro con un gesto lacónico. No detengo mi marcha en los pormenores, y siento que tropiezo, que he pisado un artefacto de madera. ¿Realmente eso ocurrió? No tendría porqué irme con esta idea. Regreso sobre mis pasos y compruebo la falsedad de mis percepciones. La tabla estaba a unos metros de mi desplazamiento. Fue traqueteada por quien me saludaba.

Eres un perro y puedes echarte como quieras. No necesitas autorización escrita ni miradas aprobatorias. Utilizas la poca luz para enfriar tu rostro sobre la acera. Fantasma de pelos bajo las mesas. No te moviste por quién te ha descubierto. Yo, el creador. No te ha sorprendido mi acecho. ¿Es que acaso no me ves? Alguno de los dos es un sueño.

Ahora: me rejunto sobre la columna de piedra y el suelo de cemento, para que podamos estar más cerca. Luego: fluirá...